Los psicólogos
dicen que en todos los momentos de nuestra vida, debemos tener por lo menos una
persona que se preocupe con nosotros, que nos ame. Tenemos necesidad
de compartir nuestros sentimientos con alguien. Esto evitaría mucha depresión,
tristeza, abatimiento y hasta suicidio.
Si nadie se
preocupa con nosotros y nadie nos ama, caemos en el vacío de la soledad y en el
poso del desánimo.
Al final, ¿qué
valor tiene la vida, cuando el pasado no tiene significado, el presente no tiene
alegría y el futuro no tiene esperanza? La vida es más que una pausa
entre dos eternidades. No estamos aquí por mero
acaso. Existe un plan grandioso para cada uno de
nosotros. No fuimos olvidados por el gran Creador.
Alguien mayor,
se preocupa con nosotros y nos ama profundamente. Usted puede no
conocerlo personalmente, puede no amarlo intensamente, pero Él lo ama con amor
eterno. Desde que nació, Él lo ama y conoce toda su vida, sabe de todos sus
problemas. Él es nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Él conoce
nuestras angustias, dificultades, sufrimientos, tristezas y
decepciones. A fin de animarnos, nos dio una de las más bellas
promesas de la Biblia. Cariñosamente nos dice: “No se
angustien ustedes. Confíen en Dios y confíen también en
mí. En la casa de mi Padre hay muchos lugares donde vivir; si no
fuera así, yo no les hubiera dicho que voy a prepararles un lugar. Y
después de irme y de prepararles un lugar, vendré otra vez para llevarlos
conmigo, para que ustedes estén en el mismo lugar en donde yo voy a estar” (San
Juan 14:1-3 DHH).
¡Qué
promesa! ¡Qué esperanza! ¡Qué consuelo! ¡Él
vendrá! ¡Habitaremos con Jesús! ¡El cielo será
nuestro! Aunque existan luchas, sufrimientos y dificultades,
nosotros tenemos una esperanza – “Él vendrá”.
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