REFLEXIÓN ACERCA DEL ESPÍRITU SANTO
El Espíritu Santo mora en el
creyente desde que éste es salvo; eso significa que su poder es asequible a
partir de ese momento (Efesios 1.13). Dios creó una manera sencilla para que
tengamos acceso a ese poder cada día.
Primero, debemos aceptar que
nuestra naturaleza pecaminosa nos impide hacer la voluntad de Dios. No importa
qué tan capaces seamos, nuestras fuerzas y sabiduría no son suficientes.
A veces, los cristianos se
sienten orgullosos por el bien que han hecho o por el número de años que han sido salvos. Imagine
cuánto más pudiéramos servir al Señor si humildemente dejáramos que Dios obrara
por medio de nosotros.
Segundo, debemos rendir toda
nuestra vida a la guía y gobierno del Espíritu Santo. Es decir, conducir
nuestro andar espiritual —y también nuestra profesión, finanzas, familia y
relaciones— como Dios quiere. El Espíritu Santo de Dios no liberará su poder
sobrenatural en una vida que sigue en rebeldía sino que acumula juicio para sí
mismo (Isa 30.1).
Tercero, debemos ejercer fe,
lo que significa demostrar convicción y confianza en el Señor. La fe es el
switch que libera el poder del Espíritu. Es como decir: «Creo que tienes un
plan, Señor, así que voy a creer en que me darás lo que necesito para hacer tu
voluntad». Entonces, él moverá cielo y tierra para satisfacer su necesidad,
cualquiera que ella sea.
Pero no es suficiente
memorizar y revisar los pasos.
Hay que hacer de estos principios un modo de
vida. Acostúmbrese a pensar: «Yo no puedo, pero Dios sí; me someteré a su
voluntad, porque sus planes son para mi bien y para su gloria». Esa es la clase
de vida que brota con el poder del Espíritu Santo.
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