Vivimos en una cultura “cristiana”
que a veces difiere con lo que realmente tendría que ser el evangelio. Nos
acostumbramos a “clubs sociales” antes que a una Iglesia que vive en un mismo
sentir. Anhelamos ser prosperados económicamente pensando que esa es la
verdadera bendición y nos olvidamos que Jesús dijo que no tenía ni donde
recostar la cabeza (“Jesús le dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del
cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza.” Mateo
8:20).
Queremos enseñarles a otros lo que
tienen que hacer cuando nosotros mismos no somos capaces de gobernar bien
nuestra casa, con esposas que no los respetan y con hijos que no los
honran. (“que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda
honestidad” 1 Timoteo 3:4)
Queremos hacer todo para Dios y ni siquiera lo tomamos en cuenta,
tenemos muchas frasecitas para denotar lo “espiritual”, pero ninguna de ellas
lleva ese poder del Espíritu de Dios porque vivimos contristándolo y en
ocasiones ni siquiera creemos en el poder del Espíritu Santo y nos apoyamos en
nuestra propia sabiduría para defender lo indefendible. (“No entristezcan al
Espíritu Santo de Dios con la forma en que viven. Recuerden que él los
identificó como suyos, y así les ha garantizado que serán salvos el día de la
redención.” Efesios 4:30)
Decimos que no hay que ser hipócritas
ni fariseos, pero no hacemos nada por vivir una vida que de verdad agrade a
Dios. Pensamos que con decir lo que queremos denotamos sinceridad cuando la
realidad es que la boca muchas veces habla cuando ni siquiera ha pensado lo que
va hablar. (“En las muchas palabras no falta pecado; Mas el que refrena sus
labios es prudente.” Proverbios 10:19)
Hablamos de pasión por Dios cuando
nuestra vida está más apagada que un carbón en medio de un océano. Hablamos de
fidelidad a Dios cuando no somos capaces de ser fieles a las personas que
decimos amar. Queremos sujeción cuando no somos capaces de darnos a respetar,
cuando nuestras acciones gritan lo mal que vivimos y nuestros gritos predicando
son más sordos que el sonido de una pluma cayendo. (“Hemos sido infieles a
Dios, no lo hemos obedecido; somos violentos y traicioneros, y engañamos a la
gente.” Isaías 59:13.
Nos hemos olvidado para quien vivimos
y para qué vivimos, pensamos en nosotros antes que en Dios, lo usamos muchas
veces para defender las ideas que a los únicos que benefician son a nosotros
mismos y no a Dios. Decimos vivir para Dios cuando en realidad nos aprovechamos
para vivir a través del nombre de Dios. “No os engañéis; Dios no puede ser
burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” Gálatas 6:7.
¿Qué nos pasa?, ¿En qué momento
perdimos el rumbo?, ¿En qué momento pusimos primero nuestros anhelos humanos
antes que llevar a cabo la voluntad de Dios?, vivimos para nosotros y nos
olvidamos de vivir para Dios, hacemos todo para beneficio nuestro y nada para
beneficiar a Dios. (Efesios 5:14)
Es hora de despertar, es hora de
vernos al espejo y por fin ser sinceros con nosotros mismos y darnos cuenta que
no podemos vivir a costa de nuestras ideas sino a través de lo escrito por Dios
que solo se encuentra en la Santa Biblia. Dejemos de usar la Biblia para
excusarnos en nuestra mediocridad y comencemos a ser lo que Dios quiere que
seamos: Santos porque Él es Santo. (1 Pedro 1:16)
Comencemos a morir a nosotros mismos
cada día para que Dios crezca en nosotros (Juan 3:30). Vivamos realmente para
Dios en lugar de aprovecharnos de su Nombre. Demos ejemplo a la gente en lugar
de sacar a relucir sus errores, pero sobre todo mostremos la pasión por Dios
que tanto decimos sentir en lugar de exigirle a la gente que la tenga.
Regresa y toma la cruz pesada que un
día decidiste dejar en el camino y comienza a caminar a la par de Jesús (Mateo
16:24), sintiendo y viviendo el verdadero evangelio que va más allá de las
ideas vanas de un mundo que terminará.
Has tesoros en el cielo y no en la
tierra, vive como un ciudadano celestial y no terrenal (Mateo 6:19-21), que tus
acciones hablen más que tus palabras, pero sobre todo pon en primer lugar lo
espiritual antes que lo terrenal o carnal.
¡Volvámonos a
Dios!
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