El apóstol Pablo y Silas, su
compañero, fueron a parar en la prisión por predicar el evangelio de
Jesucristo. Aunque estuviesen en la prisión, el Espíritu Santo
estaba con ellos y les daba ánimo para ser felices en sufrir por Jesús. Eran
altas horas de la noche, cuando estaban alabando a Dios, con cantos y
oraciones. De pronto, hubo un terremoto y los cimientos de la cárcel
temblaron abriéndose las puertas. El carcelero que era responsable
por los presos sabía que si alguno de ellos huyese, tendría que dar cuenta con
su propia vida. Viendo las puertas abiertas, quedó tan lleno de
pavor, que sacó su espada para matarse. Inmediatamente Pablo,
gritó: “No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí” (Hechos
16:28). El carcelero nunca vio tal cosa; la prisión abierta y los
presos sin huir. Viendo que aquellos hombres eran de Dios, cayó de
rodillas delante de ellos diciéndoles; “¿Qué debo hacer para ser
salvo?” (Hechos 16:30).
Esta es una pregunta que todo ser
humano debe hacerse: “¿Qué debo hacer para ser salvo?”. La respuesta
de Pablo fue directa, clara y simple: “Cree en el Señor Jesucristo y serás
salvo”(Hechos 16:31).
PRIMER PASO
La fórmula es muy
simple. No depende de complicadas fórmulas
científicas. No necesita de reglas y dogmas
religiosos. No depende de penitencias. No es basada en
teorías filosóficas. Simplemente basta creer en Jesús. Él
es el medio, es el camino y el único Salvador. Él es el puente de
unión con Dios. En resumen: “Y en ningún otro hay salvación;
porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser
salvos” (Hechos 4:12).
¡Cuán fácil es la
salvación! Depende apenas de creer en Jesús. Por la cruz,
él nos unió a Dios.
Observe el cuadro de lado:
Un puente fue colocado sobre el abismo del pecado. Usted ahora puede
alcanzar a Dios y retornar al Paraíso. No necesita continuar
prisionero en el abismo del pecado. Un camino de retorno fue abierto
a través de la cruz. Usted y yo podemos acercarnos a Él y
decirle: “Padre nuestro”. El cielo se halla a nuestro alcance:
“El nombre de Jesús me da acceso al
Padre. Su oído, su corazón, están abiertos a mi súplica más débil, y
Él suple mis necesidades más profundas” (Fe y obras, 110).
El primer y gran paso para la
salvación es aceptar a Cristo como nuestro Salvador. Después de
aceptarlo, daremos el segundo paso.
SEGUNDO PASO – ARREPENTIRSE
Cuando creo en Jesús como mi Salvador,
me siento pecador delante de Él. ¿Qué hacer con mis
pecados? Debo arrepentirme. Pero, ¿qué es arrepentimiento? Arrepentimiento,
primeramente es reconocer mis pecados, mis errores, mis faltas y transgresiones
de la ley de Dios. Eso me lleva a entristecerme por haber
pecado. Siento deseos de cambiar mi vida. Eso me conduce
a confesar mis faltas, transgresiones y errores. Entonces doy el
tercer paso que se llama confesión.
TERCER PASO – CONFESIÓN
La confesión nos
alivia. Nos saca un fardo de nuestra conciencia. Hay
personas que sanan de determinadas enfermedades cuando
confiesan. Encontramos un notable ejemplo de arrepentimiento y
confesión en la vida del rey David. Él cometió un terrible
pecado. Después de caer en sí y ver la malignidad de su pecado, hizo
una abierta confesión suplicando la misericordia de Dios. Esto está
relatado en el Salmo 51. David implora: “Ten piedad de mí, oh
Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra
mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi
pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre
delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo
malo delante de tus ojos...” Todo el capítulo 51, es una súplica de
perdón, confiando solamente en la misericordia de Dios.
Y Dios escuchó, atendió la oración de
confesión de David y le perdón su pecado. “Mas el que confiesa y se
aparta (abandona el pecado) alcanzará misericordia” (Proverbios
28:13).
A través de la confesión, alcanzamos
el perdón de Dios, que “sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo
profundo del mar todos nuestros pecados”(Miqueas 7:19). Ahora
daremos el cuarto paso en dirección al cielo.
CUARTO PASO – CONVERSIÓN
Conversión es el mayor milagro operado
en la vida del pecador. Es el resultado de la obra del Espíritu
Santo. Esa transformación milagrosa cambia la dirección de nuestra
vida y por consiguiente de nuestro destino. Altera nuestro padrón de
comportamiento y cambia nuestra forma de pensar y actuar.
Jesús explicó a Nicodemo lo que es la
conversión. Nicodemo quedó al principio sin entender. Le
dijo Jesús: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo,
no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un
hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el
vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto
te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el
reino de Dios”(San Juan 3:3-6). Cristo mostró que hay un nacimiento
espiritual que transforma a la persona. Para comprender mejor, Jesús
ilustró esa transformación espiritual, con la acción del viento, que no lo
vemos, pero sentimos sus efectos.
La actuación del Espíritu Santo en el
corazón es invisible como el viento, no obstante, sensible y
poderosa. Aquel que abre la mente para que el Espíritu Santo
penetre, sentirá un cambio interior, una fuerza que lo atrae a
Jesús, un deseo de buscar el reino de Dios, placer en estudiar la Biblia y un
anhelo de hablar con Dios.
Usted está aquí, ciertamente fue
influenciado por el Espíritu Santo para venir a esta reunión. Él nos
habla con voz suave, íntima, casi imperceptible, pero sensible.
Conversión es cambio de
rumbo. Estábamos yendo en un camino que conduce a la perdición,
cuando el Espíritu Santo, nos orientó y mostró el camino cierto, regresamos en
dirección opuesta. Eso se llama conversión.
Nuestro rumbo ahora es el
cielo. Guiados por el Espíritu Santo e iluminados por la Palabra de
Dios la Biblia Sagrada, estamos siguiendo a Jesús en el camino que conduce a la
gloria eterna.
QUINTO PASO – JUSTIFICACIÓN
El orden de los pasos, ni siempre
obedece al orden numérico, a veces los pasos son simultáneos. Como
es el caso de la justificación, que debe haber ocurrido en el momento en que el
pecador aceptó a Cristo como su Salvador y confesó a Él todos sus pecados. En
aquel momento fue perdonado y justificado.
Cuando alguien con los ojos de la fe
contempla la cruz y ve allí a Jesús, el Inocente, muriendo por sus pecados;
cree en el sacrificio de Cristo, se siente atraído por ese amor, se entrega a
Él y cae postrado a sus pies, rogando su misericordia, su perdón; en aquel
momento es perdonado y justificado. La justificación es alcanzada
por la fe, en el sacrificio de Cristo, quien pagó nuestra culpa con su propia
sangre. Él hizo todo por mí, yo apenas necesito creer y aceptar su
perdón, su justicia. Él me perdona de gracia, porque me ama y yo
debo corresponder a ese gran amor.
Aquel que es perdonado y justificado,
siente que su ser es inundado por una onda de paz. El apóstol San
Pablo dijo: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por
medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1).
Una alegría celestial, un gozo
interior toma posesión del cristiano justificado. Está libre de la
condenación del pecado, fue aliviado de la culpa que lo oprimía. Se
siente ahora libre y feliz, gozando la paz del cielo. Esa paz que
tanta gente anhela, que sin Cristo nadie lo alcanza.
El cristiano es la criatura más feliz
de este mundo, porque está libre de la condenación del pecado, libre de los
vicios, siente paz en el corazón y una gran alegría porque alcanzó en Cristo la
vida eterna.
Mirando hacia arriba con los ojos
fijos en Jesús prosigue hacia el blanco que es la salvación, siguiendo el
camino de la vida.
SEXTO PASO – ANDAR CON JESÚS
Hay gran alegría en andar en el camino
del cielo. Alcanzamos el gozo del alma y la felicidad de quien es
salvo en Jesús. Con alegría seguimos al Maestro. Su
presencia es luz, paz y felicidad.
Seguir a Jesús significa andar por el
camino que Él anduvo, siguiendo sus pisadas, haciendo su voluntad, guardando
sus mandamientos. Él nos guiará por un alto y sublime
camino que nos llevará a un descanso de gloria.
Con Jesús a nuestro lado, cuando
tropezamos, Él nos ampara; cuando caemos, él nos levanta. El camino
es ascendente, hay tropiezos y peligros, pero su fuerte brazo nos protege.
SÉPTIMO PASO – GLORIFICACIÓN
Este es la etapa final. Es
la llegada al puerto celestial. Es el momento de la
victoria. Esta etapa sólo la alcanzaremos en ocasión del regreso
glorioso de Cristo a la tierra, que vendrá para buscar a sus
redimidos. Estudiaremos más detalles de este asunto en una próxima
disertación.
Todos queremos ir al
cielo. Si en el mundo hubiese algún lugar con una escalera que
alcanzase el cielo, todos querríamos subir por ella. Esa escalera
existe, pero no es física, sino espiritual y usted puede subir por
ella. Ella contiene muchas gradas, pero nosotros seleccionamos
apenas siete, por ser las más destacadas.
Observe y vea en que grada se
encuentra. Ciertamente desea estar un día en el cielo con
Jesús. Para esto, el primer paso es aceptar a Cristo como su
Salvador. Él te invita hoy a dar ese primer paso. Si así
lo desea, entregue su corazón a Jesús y Él lo aceptará tal como
está. Al aceptar a Cristo, usted está aceptando el cielo.
Oremos: Querido Dios, queremos
entregar nuestro imperfecto corazón a ti. Pedimos que lo transformes
en un corazón de amor. Queremos amarte y vivir cada día más cerca de
ti. Danos fuerza para subir las gradas de la escalera que conduce a
tu reino. Que tu Santo Espíritu ilumine nuestro
camino. Lo pedimos en el nombre del Señor Jesús. ¡Amén!.
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