viernes, 1 de noviembre de 2019

LA DIGNIDAD DE LOS ÁNGELES



EL SEÑOR PREENCARNADO SE IDENTIFICA CON ELLOS


No cabe duda razonable de que por regla general las palabras “el Ángel de Jehová” o “el Ángel de Dios”, que se encuentran casi setenta veces en el Antiguo Testamento, se refieren claramente a un individuo específico y especial. Aunque hay quienes discrepan, la mayoría de los expositores perciben que las manifestaciones del “Ángel de Jehová” son Teofanías, o representaciones de Dios al hombre antes de la encarnación del Señor Jesús. Esta creencia explica muchas porciones de las Escrituras que de otra manera parecerían enigmáticas y difíciles.


Las condiciones en torno a las catorce Teofanías encontradas en el Antiguo Testamento conducen a la conclusión que “el Ángel de Jehová” es realmente una Persona divina. La primera ocasión se encuentra en Génesis 16 cuando “el Ángel de Jehová” se le apareció a Agar quien “llamó el nombre de Jehová que con ella hablaba: Tú eres Dios que ve; porque dijo: ¿No he visto también aquí al que me ve?” (16.13).


Es “el Ángel de Jehová” quien, jurando por sí mismo, le dice a Abraham: “Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto (yo) te bendeciré, y (yo) multiplicaré tu descendencia” (Génesis 22.16, 17). El escritor a los Hebreos atribuye este juramento a Dios quien no miente (6.17, 18). “El Ángel de Jehová” que habló a Jacob en Génesis 31 toma para sí la designación de “el Dios de Bet-el” (31.13) y él “Ángel de Jehová” que se le apareció a Moisés en Horeb “en una llama de fuego” también se identifica como “el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob” (Éxodo 3.2 al 6).


Dice “el Ángel de Jehová” a los hijos de Israel: “Yo os saqué de Egipto… No invalidaré jamás mi pacto con vosotros” (Jueces 2.1). Otros incidentes similares se encuentran en las experiencias de Balaán (Números 22), Gedeón, (Jueces 6), Manoa (capítulo 13), David (2 Samuel 24), Elías (1 Reyes 19), Ornán (1 Crónicas 21), Isaías (Isaías 37) y Zacarías (Zacarías 1).



Aquí nos hemos limitado a las ocasiones cuando se emplean las palabras “el Ángel de Jehová”, pero hay otras donde se hace presente una Persona divina en la forma de ángel o de humano, dando a entender de nuevo que el Ángel de Jehová no es simplemente uno de su clase sino el Único de su clase. Así el propio Creador Todopoderoso dignificó la habitación de los ángeles al revelarse a los suyos como “el Ángel de Jehová”.


Con estas referencias bíblicas delante de nosotros, qué profundidad de sentido se encuentra en el texto de Salmo 34.7, 8: “El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende. Gustad, y ved que es bueno Jehová; dichoso el hombre que confía en él”.


El “Ángel de Jehová” posee todos los atributos de la deidad. En Éxodo 23.21 Jehová el Señor de Israel afirma, “mi nombre está en él”. Todo lo que expresa el inefable Nombre de Jehová se encuentra en uno que Dios llama “mi Ángel” (Éxodo 23.23). Es denominado también “el ángel de su presencia” (Isaías 63.9). El que había derramado gran bondad sobre la casa de Israel dice allí de él: “En toda angustia de ellos él fue angustiado, y el ángel de su faz los salvó; en su amor y en su clemencia los redimió, y los trajo, y los levantó todos los días de la antigüedad”.


Hay dos más títulos interesantes que se le asignan al Ángel de Jehová. En Job 33,23,24 el Señor dice: “Si tuviese cerca de él ─ cerca de los hombres que van al sepulcro ─ algún elocuente mediador muy escogido ─ un ángel ─ que anuncie al hombre su deber ─ el del ángel ─ que le diga que Dios tuvo de él misericordia, que lo libró de descender al sepulcro, que halló redención”. Puede que algunos encuentren dificultad con la manera en que hemos parafraseado el versículo, pero es probable que haya poca discrepancia en cuanto al sentido en el fondo del propio texto. En Malaquías 3.1 es llamado “el ángel del pacto”, Aquel que cumplirá el pacto, purificando a los hijos de Leví y haciendo que sea de agrado al Señor la ofrenda de Judá y Jerusalén. Estos dos títulos ─ “la Redención” y “el Ángel de Jehová” ─ señalan los dos advenimientos del Señor Jesús y nos ayudan a identificar al que tan a menudo se llama el “Ángel de Jehová”. Él vino en primera instancia a dar su vida por muchos (Mateo 20.28) y viene por segunda vez para cumplir todas las promesas del pacto (Hebreos 9.20, 28).

Tal es la dignidad de estos seres santos que el Señor mismo, antes de ser hecho carne y “tabernacular” entre nosotros (Juan 1.14), se dignó revelarse como “el Ángel de Jehová”.


ESTÁN VINCULADOS CON EL SANTO TRONO DE DIOS


La dignidad de su posición se ve también en su relación estrecha con el Trono de Dios. Aparte de la relación singular que los querubines tienen con el Trono (Apocalipsis 4.6), Gabriel le dice a Zacarías, “Yo soy Gabriel, que estoy delante de Dios” (Lucas 1.9). El drama de la Redención, como el Nuevo Testamento lo revela, abre con un hombre en la tierra introducido a las intimidades del cielo por un ministerio angelical.

Quinientos años antes, Gabriel se le apareció a Daniel en circunstancias similares; es decir, a la hora del sacrificio de la tarde, para anunciar las setenta semanas determinadas sobre Israel para terminar la transgresión e introducir la santidad de las edades. Esto se efectuaría al ser cortado el Mesías de Israel (Daniel 9). En Lucas 1, Gabriel anuncia el nacimiento del Mesías, poniendo en marcha el proceso de traer la salvación que había sido anunciada mucho antes.
De manera parecida a la de Gabriel, los siete ángeles de Apocalipsis 8, responsabilizados de llevar a cabo los siete juicios de las trompetas, también están “en pie ante Dios”, y “otro ángel”, a saber, uno de la misma clase que los siete (8.2, 3). Muchos perciben que este postrer ángel es el Señor Jesús mismo, pero dado que el pronombre quiere decir “otro de la misma clase” y que no se habla del Señor Jesús como un ángel en ninguna otra parte del Testamento, parece más apropiado verlo como un servidor angelical que posee características como las de Cristo.


Sea como fuere, este “ángel” fortalece las oraciones de los sufridos santos de aquel período. El resultado es que cuando los siete ángeles se preparan para sonar sus trompetas de juicio y “las siete plagas postreras” se derraman sobre los moradores de la tierra, el clamor de aquellos que decían, “¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero?” (6.10), recibe respuesta por medio del ministerio del ángel que arroja sobre la tierra fuego del altar.

Luego, mientras el último de los ángeles arroja su copa de ira sobre la tierra, “voces y truenos, y un gran temblor de tierra” (16.17, 18) acompañan su acción. Reza Daniel 7.9,10: “Fueron puestos tronos, y se sentó un Anciano de días, cuyo vestido era blanco como la nieve … Un río de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de él; el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos”. Ciertamente es asombroso considerar que cuando el Señor se revele en su gloria, será acompañado de estos “ángeles de su poder” (2 Tesalonicenses 1.7).


En el libro del Apocalipsis, uno de estos ángeles reta el universo (capítulo 5), otro ángel ejerce su autoridad sobre la tierra caótica (capítulo 10) y todavía otro toma venganza sobre Babilonia por la sangre de los mártires y los santos (capítulo 18).


SON AGENTES AUTORIZADOS POR DIOS


Su fuerza no es intrínseca, sino delegada, pero no por eso es menos asombrosa. Actuando por cuenta de Dios, son agentes de gracia y de gobierno. Con base en las palabras del autor de la Epístola a los Hebreos, y en conformidad con otras Escrituras, podemos concluir que el cosmos hoy por hoy está sujeto a una administración angelical.

Pero en los propósitos redentores de Dios, el mundo venidero no ha sido puesto en sujeción a ellos de esta manera (Hebreos 2.5). Es concebible que los vastos alcances del espacio, poblados por billones de estrellas y planetas, estén de alguna manera administrados por los ángeles para Dios. Esto es lo que C. S. Lewis concibe en su libro Out of the Silent Plane.

Posiblemente sea mera especulación, pero es difícil creer que esas innumerables esferas hayan sido creadas sin un propósito y carentes de una administración ordenada.



Como hemos visto, los ángeles controlan toda la naturaleza, por lo menos en lo que a este mundo se refiere. Los ángeles de fuego, agua, viento, etc. de Apocalipsis 16 se ocupan de asegurar la realización del final propósito de Dios. En Sinaí no menos de “diez millares de santos” actuaron en la entrega de la ley (Deuteronomio 33.2, Hechos 7.53, Gálatas 3.19). La ley, ordenada así por medio de ángeles, revelaba el carácter santo del Dios de Israel. Además, en su calidad de “Vigilantes”, ellos supervisan los movimientos de las naciones y de esta manera hacen cumplir las prerrogativas santas de Dios (Daniel 4.23, 12.1). Esto lo veremos en mayor detalle más adelante en nuestro estudio.


ELLOS MINISTRAN AL SEÑOR EN LA TIERRA


Parece que la actividad angelical aumentó durante la peregrinación del Señor sobre la tierra. Tenemos el anuncio de su nacimiento (Lucas 2), el ministerio a favor suyo en el desierto (Mateo 4), la atención a los eventos de su pasión (Lucas 22), la proclamación de su resurrección con un completo desdén hacia el poder de la muerte (Mateo 28) y su incorporación en su séquito al ascender Él en gloria (Juan 1.51). En este último pasaje se ven “a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre”. Es decir, están bajo su control absoluto y a su disposición. Su ministerio a favor suyo se hace aún más interesante por las palabras de Pablo, “visto de los ángeles” (1 Timoteo 3.16).


¡Qué maravilla! Ya en el desierto, entre fieras visto, está el solo Dios. Hambre le acosa, Satanás le tienta, ángeles asisten, siguiéndole en pos.
Es precisamente de estas maneras que se enfatiza la dignidad de estos seres santos. Son llamados tanto hijos como siervos. Lo que disfrutan en virtud de las obras de su Creador, nosotros disfrutamos como consecuencia de la redención. Por cierto, nuestra posición en Cristo es más dignificada e íntima que la de ellos. “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3.2). De nuevo, estos sobresalientes siervos de Dios ofrecen un ejemplo para los redimidos, quienes también son llamados a servir con la dignidad de “los hijos de Dios”.

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