Por
Dr. Víctor Pérez D.
A menudo se pasa por alto una importante lección de la profecía. La
pandemia del coronavirus es un recordatorio de por qué debemos estar
espiritualmente preparados para las cosas que están por venir.
“Y así de repente, ¡el mundo entero cambió!”
Con certeza, esto será parte de la historia cuando recordemos cómo
la pandemia del coronavirus arrasó con el mundo en el 2020. La rapidez con la
que se propagó prácticamente en todos los países es uno de los aspectos más
sorprendentes de esta experiencia.
Sin embargo, algo menos obvio para la mayoría de la gente es que
esta pandemia es una señal para otros acontecimientos proféticos que ya han
sido descritos, pero que aún no han ocurrido.
¿Cuáles son esas historias ya escritas? Las profecías de la Biblia
acerca de los acontecimientos mundiales que conducen al final de esta era.
Puede que usted esté familiarizado con muchos de esos
acontecimientos que Jesús y los profetas antes de él predijeron. Pero esta
pandemia del coronavirus es una gran lección con respecto a otro elemento muy
importante en el que debemos meditar: ¡lo rápido que se pueden cumplir las
profecías!
Paredes elevadas, caídas repentinas
El historial de la relación de Dios con la humanidad está bien
establecido: somos lentos para creer o tomarlo en serio. El historial de la
relación de Dios con la humanidad está bien establecido: somos lentos para
creer o tomarlo en serio. Algo en nuestra naturaleza encuentra difícil prestar
atención a sus advertencias de que la vida puede cambiar de repente,
especialmente en el momento en que las cosas parecen estar bastante bien.
El pueblo del antiguo Israel y Judá aprendió esta lección de la
manera más difícil. A pesar de las reiteradas advertencias de los profetas de
Dios, continuaron siendo “un pueblo rebelde” que no “quisieron oír la ley del
Eterno” y decían: “a los profetas: No nos profeticéis lo recto, decidnos cosas
halagüeñas, profetizad mentiras;” y “quitad de nuestra presencia al Santo de
Israel” (Isaías 30:9-11).
“Por tanto, el Santo de Israel dice así: Porque desechasteis esta
palabra, y confiasteis en violencia y en iniquidad, y en ello os habéis
apoyado; por tanto, os será este pecado como grieta que amenaza ruina,
extendiéndose en una pared elevada, cuya caída viene súbita
y repentinamente” (vv. 12-13, énfasis añadido).
¡Qué advertencia tan clara les dio Dios!
A menudo Él se sienta en silencio durante un tiempo mientras los
pecados se van acumulando en la vida de una persona —o en la sociedad, pero
cuando el muro del pecado se derrumba sobre nosotros trae una destrucción
repentina.
Y así fue para las 10 tribus de Israel, sucedió lo inimaginable.
Tal como él les había dicho: “Alzará pendón a naciones lejanas, y silbará al
que está en el extremo de la tierra; y he aquí que vendrá pronto y
velozmente” (Isaías 5:26, énfasis añadido) —después de siglos de paciencia,
Dios permitió que fueran conquistados rápidamente y llevados en cautiverio por
Asiria.
Lentos para aprender
Al parecer, nosotros los seres humanos aprendemos despacio. Pasaron
pocas décadas y Dios también advirtió al pueblo de Judá del inminente desastre
debido a sus constantes pecados.
“Sabios para hacer el mal”, dijo Dios, “pero hacer el bien no
supieron” (Jeremías 4:22). Sus malas acciones incluían la codicia, el engaño
religioso, cometer abominaciones descaradamente y rechazar las leyes de Dios y
sus palabras.
Jeremías, como portavoz de Dios, les suplicó: “Así dijo el Eterno:
Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea
el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma”. Sus
palabras no fueron escuchadas. “Más dijeron: No andaremos” (Jeremías 6:16).
Incluso llegó a describir exactamente cómo iba a ser su caída —a
manos de un pueblo “del país del norte” invadiendo y arrasando, y
“porque pronto vendrá sobre nosotros el destruidor” (vv. 22 y 26,
énfasis añadido). Como era de esperarse, Dios finalmente retiró su protección,
y Judá quedó sorprendido cuando de repente se vieron derrotados y su templo fue
destruido.
El pasado se va a repetir
Las experiencias de Israel y Judá permanecen como advertencias de
lo que está por venir sobre el mundo. Una de las mayores profecías para los
tiempos del fin tiene que ver con los acontecimientos que tendrán lugar en lo
que se denomina el Día del Señor.
Dios le dio al profeta Sofonías una extraordinaria visión de muchos
eventos que aún faltan por cumplirse. Él predijo, al principio de su libro, un
tiempo en el que “cercano está el día grande del Señor” (Sofonías 1:14).
Más adelante en el mismo versículo vemos que recalca la rapidez con
la que vendrá: “cercano y muy próximo; es amarga la voz del día del
Eterno; gritará allí el valiente” (énfasis añadido).
En el versículo 18 añade: “Ni su plata ni su oro podrá librarlos en
el día de la ira del Eterno, pues toda la tierra será consumida con el fuego de
su celo; porque ciertamente destrucción apresurada hará de todos los
habitantes de la tierra” (énfasis añadido).
Otro profeta hablando acerca del regreso de Cristo también hizo
énfasis en cómo este evento trascendental vendrá al mundo de repente. “He aquí,
yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y
vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y
el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho el Eterno
de los ejércitos” (Malaquías 3:1, énfasis añadido).
El apóstol Pablo comprendió que el mundo no se va a percatar de las
condiciones que preceden el regreso de Cristo y por lo tanto va a quedar
asombrado de la velocidad con las que se van a desarrollar. Él escribió que:
“Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá, así como
ladrón en la noche; que cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre
ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no
escaparán” (1 Tesalonicenses 5:2-3, énfasis añadido).
Hay muchos otros eventos impactantes que están profetizados, los
cuales van a preceder al regreso de Cristo, pero ¿debemos esperar que el mundo
en general reaccione de manera diferente a como lo ha hecho en el pasado?
¿O deberíamos tener en cuenta que las palabras que Dios le habló a
Babilonia siguen estando vigentes como advertencia para todas las naciones?
Dios dijo: “Vendrá, pues, sobre ti mal, cuyo nacimiento no sabrás; caerá sobre
ti quebrantamiento, el cual no podrás remediar; y destrucción que no sepas
vendrá de repente sobre ti” (Isaías 47:11, énfasis añadido).
El juicio repentino contra la Babilonia de los tiempos del fin
Uno podría decir, bueno eso fue en ese entonces y Babilonia hace
tiempo desapareció. ¡Claro que no! Ese poder mundial de ese entonces fue un
precursor de la sociedad mundial ahora en el final de esta era. Dios se refiere
al sistema político y religioso de los tiempos del fin como “Babilonia” en
cinco oportunidades en el libro de Apocalipsis, y deja claro en el capítulo 18
que lo que le pasó a la antigua Babilonia le va a pasar de nuevo a este mundo.
Este sistema “se glorificó a sí mismo y vivió lujosamente”, con
arrogancia, sin creer que alguna vez “veré llanto” (v. 7), pero “en un solo
día vendrán sus plagas; muerte, llanto y hambre,” (v. 8, énfasis añadido).
Dios dice que esto va a dejar perplejo al mundo entero.
“Y los reyes de la tierra que han fornicado con ella, y con ella
han vivido en deleites, llorarán y harán lamentación sobre ella, cuando vean el
humo de su incendio, parándose lejos por el temor de su tormento, diciendo:
¡Ay, ay, de la gran ciudad de Babilonia, la ciudad fuerte; porque en una
hora vino tu juicio!” (vv. 9-10, énfasis añadido).
En los siguientes versículos vemos dos veces más la frase “una
hora”, que junto con la otra frase “un día” no debe tomarse de forma literal,
más bien lo que se busca es recalcar la rapidez con la que se pueden
desarrollar los acontecimientos.
La idea que se quiere transmitir aquí no es sólo lo que va a pasar,
¡es que la rapidez con la que va a ocurrir es absolutamente impresionante!
¿Estamos alerta o estamos durmiendo?
En este breve resumen de historia pasada y profecía para el futuro,
vemos tres lecciones importantes:
Dios es paciente, y a veces reservado, mientras observa cómo la
gente va aumentando sus pecados. Pero nunca debemos confundir su paciencia y su
silencio con aprobación o desinterés (Salmos 50:21).
Cuando Dios decide que es hora de actuar, ¡no hay nada que lo
detenga! Él puede lograr rápida y repentinamente cualquier resultado que desee.
Las personas siempre son tomadas por sorpresa y quedan
conmocionadas por lo repentino de los acontecimientos, incluso cuando han sido advertidas.
Eso nos lleva a otro elemento vital que Jesús mismo destacó.
Hablando acerca de su regreso a la Tierra, dijo: “Pero de aquel día y de la
hora nadie sabe, ni aun los ángeles que están en el cielo, ni el Hijo, sino el
Padre. Mirad, velad y orad; porque no sabéis cuándo será el tiempo.” (Marcos
13:32-33).
Y más adelante, lo menciona dos veces más: “Velad, pues, porque no
sabéis cuándo vendrá el señor de la casa; si al anochecer, o a la medianoche, o
al canto del gallo, o a la mañana; para que cuando venga de repente, no os
halle durmiendo. Y lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad” (vv. 35-37,
énfasis añadido).
¿A qué debemos estar atentos?
Definitivamente tenemos que estar al tanto de las condiciones del
mundo y entenderlas. Cualquiera puede ver lo que está pasando en el mundo, pero
muy pocos pueden ver por qué o hacia dónde se dirigen los
acontecimientos mundiales, especialmente si hablamos de la profecía bíblica.
Pero más que nada, tenemos que analizar nuestra vida y nuestro
estado espiritual. Pero más que nada, tenemos que analizar nuestra vida y
nuestro estado espiritual. “Por tanto, también vosotros estad preparados”, dice
Jesús, “porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis” (Mateo
24:44).
Su mensaje para cada persona es muy claro: ¡tengan cuidado! ¿Por
qué? ¡Porque uno puede estar muy despierto con respecto a lo que está pasando
en el mundo y profundamente dormido con lo que está pasando en su vida!
Hay una diferencia entre estar alerta y estar preparados. Estar
preparados no depende de lo que sabemos acerca de los acontecimientos mundiales
y si hemos armado o no el rompecabezas de la profecía. ¡Estar preparado tiene
que ver con nuestra condición espiritual!
Jesús profundiza en Mateo 25 con su parábola de las diez vírgenes,
subrayando la necesidad de vigilar nuestra vida y estar preparados
espiritualmente para su regreso.
“Y las que estaban preparadas entraron con él”—Cristo, el novio— a
las bodas” (v. 10). Las vírgenes insensatas se debieron sorprender mientras
clamaban para que las dejaran entrar, cuando escucharon la respuesta del novio:
“No os conozco”.
O se está alerta antes o se entra en pánico después
El mensaje es claro. Nos han declarado los acontecimientos que
anuncian el regreso de Cristo, pero aquellos que no tienen la urgencia de
conocer a Dios antes de que estos eventos se lleven a cabo, van a sentir pánico
cuando todo comience.
En el relato de Lucas, Cristo añade más detalles. “Mirad también
por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y
embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre
vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan
sobre la faz de toda la tierra. Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis
tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en
pie delante del Hijo del Hombre” (Lucas 21: 34-36, énfasis añadido).
Los acontecimientos profetizados que se avecinan y que anteceden el
regreso de Cristo, no van a tomar a Dios por sorpresa; ¡no le van a parecer rápidos
ni repentinos! El sentido de lo repentino y el elemento de sorpresa será la
reacción humana.
¿Por qué? Porque a pesar de las advertencias de Dios, los seres
humanos somos propensos a sentirnos “agobiados”, a distraernos por tantas cosas
de la vida, en lugar de las cosas de Dios.
Sin ir muy lejos, la pandemia del coronavirus es un poderoso
testigo de una de las más grandes lecciones de la profecía —que los
acontecimientos mundiales se pueden desarrollar de repente.
Nos recuerda la urgencia de las palabras de Pablo en 1
Tesalonicenses 5:4-6: “Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que
aquel día os sorprenda como ladrón. Porque todos vosotros sois hijos de luz e
hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas. Por tanto, no durmamos
como los demás, sino velemos y seamos sobrios”.
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