La Pascua y otros sacrificios anuncian el sacrificio de Jesucristo. Él voluntariamente vino a morir por los pecados de la humanidad. ¿Pero porque tuvo que morir?
Cuando Juan el Bautista estaba bautizando en el Río Jordán, vio a Jesús caminando hacia él y exclamó: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29).
Una doctrina fundamental en la religión cristiana es que el sacrificio de Jesucristo pagó la pena por los pecados de la humanidad —que sin este acto de amor por parte del hijo de Dios, la humanidad no tendría esperanza de vida después de la muerte.
Pero, ¿por qué fue necesario el sacrificio de Jesucristo?
El cordero sacrificial
La denominación de “Cordero de Dios” hace referencia a épocas pasadas, cuando Israel fue liberado del antiguo Egipto bajo la guía de Moisés. Antes de la décima plaga —la muerte de los primogénitos— a las familias israelitas se les ordenó que sacrificaran un cordero y con su sangre untaran el marco de sus puertas. El cordero sacrificado para este propósito fue llamado el cordero de Pascua, y la celebración de esta ceremonia era conocida como Pascua.
Durante la primera Pascua en Egipto, Dios estaba dispuesto a aceptar la sangre del cordero de Pascua en los dinteles de las puertas a cambio de la vida de sus primogénitos. A los primogénitos de los israelitas que rechazaran la sangre del cordero, no se les hubiera perdonado la vida. De esta forma, la sangre de este cordero les permitía a los israelitas escapar del castigo que iba a venir sobre la tierra de Egipto (Éxodo 12:21-24).
La Pascua debía convertirse en una celebración anual en Israel para que ellos pudieran recordar como Dios los salvó de la muerte. Por supuesto, todas las experiencias en el antiguo Israel llevaban consigo lecciones espirituales más importantes para los cristianos (1 Corintios 10-11). Jesucristo se convirtió en el Cordero de Pascua para la Iglesia cristiana. El apóstol Pablo enseñó en 1 Corintios 5:7: “Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros”.
Jesucristo es la propiciación o sacrificio expiatorio de nuestros pecados (1 Juan 2:2). Sin el sacrifico de Jesucristo, no tendríamos perdón.
Pero, ¿por qué un hombre tuvo que dar su vida para que nosotros fuéramos perdonados? Para saber por qué, debemos ir primero al libro de Génesis.
El primer pecado
Génesis 3 nos narra el primer pecado cometido por la humanidad, específicamente, Adán y Eva comiendo del fruto prohibido del árbol del conocimiento del bien y del mal. Dios les había advertido que si lo desobedecían el castigo sería la pena de muerte (Génesis 2:17).
Algo muy trascendental ocurrió cuando ellos cedieron ante la astucia de la serpiente. No sólo tendrían que morir en algún momento, sino que fueron expulsados del jardín del Edén y fueron puestos ángeles en la entrada para que nunca más pudieran regresar (Génesis 3:24). El acceso al árbol de la vida ya no era posible. La relación con Dios se alteró dramáticamente. El pecado había entrado a los seres humanos y había causado una separación de Dios.
El pecado es la antítesis del carácter perfecto y justo de Dios. Él lo aborrece, es una terrible mancha en su hermosa creación. El pecado es la causa del dolor, el sufrimiento y todos los males en este mundo. Un Dios justo y recto no puede aceptar o coexistir con el pecado.
Esta separación de la presencia de Dios es resaltada a través de todas las ceremonias rituales que eran llevadas a cabo por el sacerdocio en el tabernáculo, sitio principal de adoración en el antiguo Israel. Nadie estaba autorizado para entrar en la presencia de Dios, representada por el lugar santísimo en el tabernáculo, excepto el sumo sacerdote una vez al año.
Dios revela el significado de esta dimensión espiritual para los cristianos, en Hebreos 9:8: “dando el Espíritu Santo a entender con esto que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre tanto que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie”. Desde el pecado de Adán y Eva, el camino a la presencia de Dios no ha estado abierto.
¿Cómo podría sanarse la brecha entre Dios y la humanidad? ¿Cómo podríamos nosotros los seres humanos tener de nuevo una relación con el santo Dios y disfrutar directamente en su compañía? ¿Cómo podríamos convertirnos en sus hijos e hijas espirituales y llamarlo Padre?
Dios no va a transigir con el pecado que no ha sido perdonado (Isaías 59:2). Nuestro justo Dios no puede pasar por alto la mortal enfermedad del pecado; Él debe removerlo de nosotros y limpiarnos de sus terribles efectos. Por esto es que el sacrificio de Jesucristo fue necesario —para pagar por la pena de nuestros pecados y convertirse en nuestro Salvador.
Reconciliados con Dios
En el evangelio encontramos información acerca de cómo la humanidad puede ser perdonada, caminar de nuevo con Dios diariamente y recibir la promesa de vida después de la muerte física.
El apóstol Pablo explica que el fundamento del mensaje cristiano es el de la reconciliación. Él afirma en 2 Corintios 5:18-19: “Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación”.
Dios permitió que la brecha fuera sanada a través del sacrificio de Jesucristo. Fue por el amor que Dios siente por nosotros que estuvo dispuesto a sacrificar a su propio hijo por la humanidad (Juan 3:16). Toda la idea central de la iglesia cristiana y el ministerio se trata de esta reconciliación. Pero, ¿cómo fue llevado a cabo todo esto y por qué Jesús tuvo que sufrir una muerte tan terrible?
El plan de salvación para la humanidad es de Dios. El método que Él escogió para quitar —perdonar— nuestros pecados, fue que un miembro de su familia —el Verbo que fue hecho carne (Juan 1:1-2,14)— debería venir a la Tierra como el ser humano Jesucristo, y morir por nuestros pecados. Pablo expresa este profundo acto de misericordia en Filipenses 2:5-8:
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”.
La justicia y el amor de Dios
Por medio de la muerte de Cristo, Dios demostró su profundo amor por nosotros y la espantosa naturaleza del pecado. De haber afrontado los pecados de la humanidad de una manera superficial, habría sido un perdón sin esfuerzo y habría transmitido el mensaje a la humanidad de que la rebelión y el rechazo de las leyes de Dios no era nada grave. Al mandar a su hijo para que fuera golpeado y crucificado, el precio de nuestro perdón fue muy grande para Dios, demostrándonos de manera muy poderosa que el mal si importa.
Como dice en Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Juan escribió más adelante en 1 Juan 4:9-10: “En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”.
Jesucristo estaba totalmente comprometido a ser este sacrificio para demostrar su amor por nosotros también. Como lo enseñó en la noche de la última Pascua que celebró con sus discípulos antes de ofrecerse como el perfecto cordero Pascual —el sacrificio perfecto por el pecado: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13). Juan también escribió refiriéndose al sacrificio de Jesucristo en 1 Juan 3:16, “En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos”.
El sufrimiento de Cristo es también un recordatorio del terrible sufrimiento que causa el pecado. Nuestro justo Dios no va a minimizar lo horrible que es el pecado.
Gran parte del enfoque del libro de Romanos es para mostrarnos lo justo que es Dios. Si Dios arbitrariamente perdonara a unos y a otros no, entonces no sería justo. El pecado tiene un castigo. Misericordiosamente Dios permite que el sacrificio de Jesús pague ese castigo, pero eso no quiere decir que simplemente Él pase por alto nuestro pecado.
Parte de lo que nos debe hacer reaccionar es la comprensión de que Dios no hizo simplemente borrón y cuenta nueva, alguien más ha pagado nuestra bien merecida pena. Dios no puede pasar por alto el pecado y ser justo. Él es el que dijo que la paga del pecado es muerte (Romanos 6:23). Si no hubiera muerte, la deuda no hubiera sido pagada.
¿Por qué es tan importante para nosotros que Dios sea justo? Porque nuestra fe está basada en el carácter de Dios. Si Dios fuera arbitrario, sería imposible para nosotros tener fe en Él. Nunca sabríamos cuando nos va a exigir justicia y cuando simplemente pasaría por alto la injusticia. Debemos estar agradecidos porque el carácter de Dios es tanto justo como amoroso.
Establecido en el plan de Dios
Los detalles del sacrificio de Cristo fueron profetizados en el Antiguo Testamento. En Isaías 52:14 leemos: “Como se asombraron de ti muchos, de tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres”.
Jesús fue azotado y golpeado justo antes de su crucifixión. Isaías profetizó que quedaría prácticamente irreconocible y que sería una de las golpizas más severas que un ser humano hubiera tenido que soportar.
El siguiente capítulo narra que el hijo de Dios fue golpeado por nuestras transgresiones y por nuestros pecados y que finalmente Él dio su sangre como un completo sacrificio por nosotros —para reconciliarnos con el Padre ofreciéndose a sí mismo por nuestros pecados. Todo esto fue de acuerdo con la voluntad de Dios y el plan que tiene para que la humanidad sea perdonada y eventualmente alcance la vida eterna (Isaías 53: 4-5,10).
Jesús estaba tan decidido a ofrecerse a sí mismo totalmente, que estando en la cruz, se rehusó a tomar una poción para disminuir el dolor de la crucifixión (Mateo 27:34). Por su amor por nosotros, Él ofreció su vida completamente como una ofrenda por el pecado. Él estaba dispuesto a sufrir y morir por nosotros, para que no hubiera ninguna transigencia con la magnitud del pecado. Dios el Padre aceptó entonces este increíble sacrificio desinteresado de su único hijo engendrado que jamás había pecado.
Dios nos permite ir delante de su presencia ahora, si reconocemos y aceptamos lo que su hijo hizo por nosotros. Si reconocemos nuestros pecados (1Juan 1:9), y nos arrepentimos de corazón (Hechos 26:20) y estamos dispuestos a perdonar a los demás (Mateo 6:14); entonces Dios promete que va a perdonarnos.
Este perdón no puede ser ganado por buenas obras a nuestro favor. Viene a través de la fe y la gracia de Dios. Pablo dijo en Romanos 3:24 que nosotros “siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús”.
¿Qué sucede con usted? ¿Se ha reconciliado verdaderamente con su Creador? ¿Ha pensado seriamente en el arrepentimiento?
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