¿Alguna vez has recibido perdón sin merecerlo? Haces o dices
algo que hiere a una persona amada y sabes que has cruzado la línea, que no
mereces el perdón. Pero, ¡oh, qué dicha más grande! La otra persona decide perdonarte.
La Biblia nos habla de este tipo de perdón. Es el perdón que
Dios nos da, uno que no merecemos y que muchas veces no entendemos.
En la Biblia hay ejemplos de personas que cometieron grandes
errores, pero Dios las perdonó. Aquí vemos tres hombres que Dios usó de manera
muy especial aun cuando, en un momento determinado, fallaron y actuaron de
forma incorrecta.
Tres personas
perdonadas por Dios:
David
David fue el segundo rey de Israel. Dios lo escogió desde
muy joven para ese puesto. Era el menor de 8 hermanos, su padre se llamaba
Isaí. De pequeño fue pastor de ovejas y también disfrutaba mucho de la música,
tocaba el arpa y componía. Él escribió muchos de los Salmos que tenemos en la
Biblia.
En los libros de Samuel, Reyes y Crónicas encontramos muchos
relatos de la vida de David. Uno de los más conocidos está en 1 Samuel 17 y
cuenta de su victoria sobre Goliat, un gigante del ejército filisteo. Ahí David
mostró gran valentía y confianza en la protección de Dios. Su fama comenzó a
crecer y esto alimentó la envidia en el corazón del rey Saúl que comenzó a
perseguirle. Por eso David tuvo que huir y pasó un tiempo en el exilio.
Tras la muerte de Saúl, David regresó, fue coronado rey de
Judá, y luego, rey de Israel. Su fama y su osadía crecieron con el paso del
tiempo gracias a los triunfos sobre muchos ejércitos. Uno de sus logros más
importantes fue devolver el arca de la alianza a Jerusalén. Como resultado
recibió grandes promesas por parte de Dios.
Sin embargo, en 2 Samuel 11 y 12 leemos sobre un episodio
oscuro en la vida de David. Durante el sitio de la ciudad de Rabá, David
cometió adulterio con Betsabé, mujer de Urías, uno de los militares. De forma
indirecta mandó a matar a Urías para poder casarse con Betsabé. Como
consecuencia de toda esta trama Dios envió al profeta Natán a revelarle a David
las consecuencias de sus actos. Leemos que el bebé fruto de esa relación murió.
También se desataron enormes problemas y luchas entre David y sus otros hijos.
Toda esta situación desagradó mucho a Dios. Parece que el
arrepentimiento de David llegó cuando el profeta Natán fue a hablar con él,
David reflexionó y se dio cuenta de su pecado, que le había fallado a Dios. El
Salmo 51 expresa el dolor que sintió. David comienza el salmo pidiendo
compasión a Dios y luego le ruega que intervenga en su vida.
David reconoce que sus malas acciones afectaban su relación
con los demás y con Dios. Necesitaba la restauración que viene con el perdón de
Dios y sabemos que la recibió. Dios nunca rechaza el corazón que se humilla y
reconoce sus errores. En el mismo Salmo 51, en el versículo 7, David escribe:
«Tú, oh Dios, no desprecias al corazón quebrantado y arrepentido».
El perdón de Dios llegó. En Hechos 13 leemos que Pablo
estaba hablando con los jefes de la sinagoga en Pisidia y entre sus palabras de
aliento para ellos hay una mención a David:
Tras destituir a Saúl, les puso por rey a David, de quien
dio este testimonio: “He encontrado en David, hijo de Isaí, un hombre conforme
a mi corazón; él realizará todo lo que yo quiero”.
(Hechos 13:22)
¡Un hombre conforme al corazón de Dios! Esto es lo que logra
el perdón de Dios. Nos acerca más a él y nos impulsa a ser transformados para
llegar a ser todo lo que él quiere que seamos.
Aprende cómo recibir
el perdón de Dios.
Pablo
Saulo nació en Tarso dentro de una familia fiel a la
religión judaica. De joven aprendió el oficio de hacer tiendas. Creció dentro
del rigor de los fariseos y se convirtió en defensor de sus creencias. Su gran
celo le llevó a perseguir a los cristianos, les consideraba una secta que
amenazaba todo aquello en lo que él había creído. Saulo estuvo presente durante
el apedreamiento de Esteban, considerado el primer mártir cristiano. Desde ese
momento creció aun más su deseo de terminar con los que creían en Jesús.
Aquel día se desató una gran persecución contra la iglesia
en Jerusalén, y todos, excepto los apóstoles, se dispersaron por las regiones
de Judea y Samaria. Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban e hicieron gran
duelo por él. Saulo, por su parte, causaba estragos en la iglesia: entrando de
casa en casa, arrastraba a hombres y mujeres y los metía en la cárcel.
(Hechos 8:1-3)
A pesar de todo esto Dios tenía sus ojos puestos sobre
Saulo. Él veía gran potencial en él y decidió revelársele. Donde otros veían un
corazón duro, lleno de odio y deseoso de acabar con los cristianos, Dios veía
un corazón sediento de él y de propósito, una oportunidad para transformar una
vida dándole nuevo sentido.
Saulo le pidió al sumo sacerdote permiso para ir y perseguir
a los cristianos en Damasco. El permiso fue concedido y el viaje comenzó. Pero
Dios tenía un plan especial.
En el viaje sucedió que, al acercarse a Damasco, una luz del
cielo relampagueó de repente a su alrededor. Él cayó al suelo y oyó una voz que
le decía: —Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
—¿Quién eres, Señor? —preguntó.
—Yo soy Jesús, a quien tú persigues —le contestó la voz—.
Levántate y entra en la ciudad, que allí se te dirá lo que tienes que hacer.
Los hombres que viajaban con Saulo se detuvieron atónitos,
porque oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo, pero
cuando abrió los ojos no podía ver, así que lo tomaron de la mano y lo llevaron
a Damasco.
(Hechos 9: 3-8)
La vida de Saulo no volvió a ser igual después de su
encuentro con Dios. De perseguidor pasó a ser un fiel seguidor de Jesús. Ese
mismo celo que tenía antes por perseguir a los cristianos lo usó para hablar de
Dios, del sacrificio de Jesús, y del cambio que había experimentado. A muchos
cristianos les costó aceptarle como parte de la iglesia, sospechaban de él.
Pero Saulo (ahora Pablo) continuó fiel sirviendo a Dios y ayudando a expandir
el mensaje de salvación.
Pablo llegó a ser un gran misionero y plantador de iglesias.
La Biblia habla de sus tres viajes misioneros, sus visitas a las iglesias, y
también nos cuenta de sus sufrimientos. En medio de enfermedades y
persecuciones Pablo continuó fiel a aquel que había perdonado sus errores y le
había dado la oportunidad de enmendar el daño que había hecho.
En el Nuevo Testamento hay 13 epístolas de su autoría. En
ellas vemos reflejada la gran obra que realizó llevando el mensaje de salvación
a través de Jesús.
Pedro
Pedro pertenecía a una familia de pescadores de la ciudad de
Betsaida y estaba casado. El primer encuentro que tuvieron él y su hermano con
Jesús fue especial ya que les dio un nuevo propósito.
Desde ese momento Pedro pasó a ser uno de los doce
discípulos de Jesús. Él era más bien tosco y de temperamento impulsivo,
características que se reflejan en varios pasajes bíblicos. Su impulsividad le
llevaba a hablar o actuar antes de pensar como se ve, por ejemplo, en Mateo
14:25-31. Él estaba junto a los otros discípulos en una barca cuando Jesús se
les acercó caminando sobre el agua. Pedro dijo: «Señor, si eres tú, mándame que
vaya a ti sobre el agua. —Ven —dijo Jesús. Pedro bajó de la barca y caminó
sobre el agua en dirección a Jesús».
Pedro formaba parte del círculo íntimo de Jesús, los
apóstoles que compartieron momentos especiales con el Maestro. Llegó a ser una
especie de portavoz de los doce, declarando en ocasiones grandes verdades.
Cuando llegó a la región de Cesarea de Filipo, Jesús
preguntó a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?
Le respondieron: Unos dicen que es Juan el Bautista, otros que
Elías, y otros que Jeremías o uno de los profetas.
—Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?
—Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente —afirmó Simón
Pedro.
(Mateo 16:13-16)
Durante la última cena vemos una escena muy especial. Los
discípulos comienzan a argumentar sobre cuál de ellos sería el más importante.
Jesús les dice que en su reino el más importante es el que sirve. Les anima a
seguir su ejemplo de servicio, y pasa a hablarle directamente a Pedro.
—Señor —respondió Pedro—, estoy dispuesto a ir contigo tanto
a la cárcel como a la muerte.
—Pedro, te digo que hoy mismo, antes de que cante el gallo,
tres veces negarás que me conoces.
(Lucas 22:31-34)
Jesús sabía que Pedro lo negaría y oró por él, por fortaleza
para su fe. Jesús declara que Pedro se repondría de ese gran error y que
llegaría a ser de ejemplo para los demás discípulos de Jesús. ¡Y así fue!
Cuando arrestaron a Jesús y lo llevaron a la casa del sumo
sacerdote, Pedro negó tres veces que le conocía, tal como había dicho Jesús. Al
darse cuenta de lo que había hecho, Pedro sintió un dolor amargo en su corazón.
¡Le había fallado al Maestro! Pero después de la resurrección de Jesús, en Juan
21:15-19, leemos una de las historias más bellas de perdón y restitución. Jesús
le pregunta a Pedro tres veces «¿me amas?» y cada vez que Pedro le contesta
«Si, Señor, sabes que te amo» Jesús le da una encomienda: apacienta mis
corderos; cuida de mis ovejas; apacienta mis ovejas.
Sabemos que Pedro fue uno de los líderes de los primeros
cristianos. En el libro de Hechos leemos cómo Dios le usó para sanar y de sus
predicaciones llenas de poder. La iglesia creció gracias a su fidelidad, su
perseverancia en llevar el mensaje de salvación.
Así es Dios. Lleno de amor y de perdón. Él está siempre a la
espera, anhelando que nos acerquemos con humildad, que le demos una oportunidad.
Él no solo nos perdona, también nos da un nuevo propósito. No tardes en aceptar
su amor y perdón.
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