Segunda Parte
La dignidad fundamental de las huestes celestiales puede ser
apreciada de cuatro maneras. Ya se han tocado algunos de estos puntos pero
posiblemente admitan más comentario.
El Señor pre encarnado se identifica con ellos
Están vinculados con el santo trono de Dios
Son agentes autorizados por Dios
Ellos ministran al Señor en la tierra
Continuando con el tema veremos que:
3. SON AGENTES AUTORIZADOS POR DIOS.
Su fuerza no es intrínseca, sino delegada, pero no por eso
es menos asombrosa. Actuando por cuenta de Dios, son agentes de gracia y de
gobierno. Con base en las palabras del autor de la Epístola a los Hebreos, y en
conformidad con otras Escrituras, podemos concluir que el cosmos hoy por hoy
está sujeto a una administración angelical. Pero en los propósitos redentores
de Dios, el mundo venidero no ha sido puesto en sujeción a ellos de esta manera
(Hebreos 2.5).
Es concebible que los vastos alcances del espacio, poblados por
billones de estrellas y planetas, estén de alguna manera administrados por los
ángeles para Dios. Esto es lo que C. S. Lewis concibe en su libro Out of the
Silent Plane.
Posiblemente sea mera especulación, pero es difícil creer que
esas innumerables esferas hayan sido creadas sin un propósito y carentes de una
administración ordenada.
Como hemos visto, los ángeles controlan toda la naturaleza,
por lo menos en lo que a este mundo se refiere. Los ángeles de fuego, agua,
viento, etc. de Apocalipsis 16 se ocupan de asegurar la realización del final propósito
de Dios.
En Sinaí no menos de “diez millares de santos” actuaron en la entrega
de la ley (Deuteronomio 33.2, Hechos 7.53, Gálatas 3.19). La ley, ordenada así
por medio de ángeles, revelaba el carácter santo del Dios de Israel. Además, en
su calidad de “Vigilantes”, ellos supervisan los movimientos de las naciones y
de esta manera hacen cumplir las prerrogativas santas de Dios (Daniel 4.23,
12.1). Esto lo veremos en mayor detalle más adelante en nuestro estudio.
4. ELLOS MINISTRAN AL SEÑOR EN LA TIERRA.
Parece que la actividad angelical aumentó durante la
peregrinación del Señor sobre la tierra. Tenemos el anuncio de su nacimiento
(Lucas 2), el ministerio a favor suyo en el desierto (Mateo 4), la atención a
los eventos de su pasión (Lucas 22), la proclamación de su resurrección con un
completo desdén hacia el poder de la muerte (Mateo 28) y su incorporación en su
séquito al ascender Él en gloria (Juan 1.51). En este último pasaje se ven “a
los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre”. Es decir,
están bajo su control absoluto y a su disposición. Su ministerio a favor suyo
se hace aun más interesante por las palabras de Pablo, “visto de los ángeles”
(1 Timoteo 3.16).
¡Qué maravilla! Ya en el desierto, entre fieras visto, está
el solo Dios. Hambre le acosa, Satanás le tienta, ángeles asisten, siguiéndole
en pos.
Es precisamente de estas maneras que se enfatiza la dignidad
de estos seres santos. Son llamados tanto hijos como siervos. Lo que disfrutan
en virtud de las obras de su Creador, nosotros disfrutamos como consecuencia de
la redención.
Por cierto, nuestra posición en Cristo es más dignificada e
íntima que la de ellos. “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha
manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste,
seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3.2). De
nuevo, estos sobresalientes siervos de Dios ofrecen un ejemplo para los
redimidos, quienes también son llamados a servir con la dignidad de “los hijos
de Dios”.
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