¿Qué podemos aprender del encuentro de Elías con Dios?
Después de uno de los pasajes más dramáticos en las
Escrituras, en el que Dios actúa de una forma determinante para revelar su
poder, leemos que el profeta Elías huyó para salvar su vida. Dejó atrás su país
y su pueblo para escapar del complot de la malvada Jezabel, la reina del rey
Acab, que quería asesinarlo (1 Reyes 19:1-3).
Ella había amenazado su vida después de un asombroso
despliegue del poder de Dios en el monte Carmelo y la matanza subsecuente de
450 profetas y sacerdotes de Baal, cuyo recuento aparece en el capítulo
anterior. Elías fue quien dirigió las ejecuciones, según la ley de Dios.
Llegar a entender las vacilaciones en la fe de Elías (que
todos los seres humanos tenemos) —aun después de semejante demostración tan
extraordinaria del poder supremo de Dios— es simplemente el primer paso para
entender el comportamiento de Elías después de su huida. De hecho, lo que
sucede después en 1 Reyes 19, puede ser confuso.
Dios le dijo al profeta, quien había viajado al monte Horeb
solo: “Sal fuera, y ponte en el monte delante del Eterno” (v. 11). Allí Elías
aguarda expectante que Dios se le manifieste, siendo testigo de “un grande y
poderoso viento que rompía los montes”, “un terremoto” y “un fuego”, pero se
nos dice que Dios no estaba en nada de eso (vv. 11-12).
¿Qué estaba pasando aquí? ¿Por qué Elías esperaría que Dios
se revelara en un viento terrible, o en un terremoto, o en un fuego? ¿qué
podemos aprender de “un silbo apacible y delicado”, en el que finalmente el
profeta escucha a Dios?
La respuesta es clara cuando entendemos dos cosas. Primero,
que necesitamos entender el estado mental de Elías y esto implica entender el
significado de los sucesos del capítulo 18. Segundo, necesitamos entender cómo
los eventos en la vida de Moisés, más de 500 años atrás, pueden haber influido
en la forma de pensar de Elías.
Fuego del cielo
El contexto inmediato de la huida de Elías de Jezabel es el
enfrentamiento con los 450 profetas de Baal (1 Reyes 18:20-40). Elías le había
pedido a Acab que se reunieran en el monte Carmelo para un concurso para
decidir quién merecía ser adorado.
El concurso fue dispuesto de una forma muy ingeniosa. Se
suponía que Baal era el dios que controlaba la fertilidad y la lluvia. La
prueba de Elías entonces, que llegó después de una sequía de tres años y medio
(Santiago 5:17), estaba desafiando directamente el poder y la autoridad de este
pretendiente a la divinidad.
Elías propuso que tanto él como los falsos profetas hicieran
ofrendas de animales, pero sin comenzar ningún fuego. En vez de ello, debían
esperar a que “Dios respondiere por medio del fuego” (1 Reyes 18:24). Esto
puede parecer extraño, pero había varios antecedentes que lo explican. Por lo
menos en tres ocasiones anteriores, el Dios verdadero de Israel había hecho
eso.
El primer incidente registrado ocurrió en la inauguración
del sacerdocio aarónico (Levítico 9:24). El segundo ocurrió después de que
David construyera un altar en “la era de Ornán jebuseo” (1 Crónicas 21:18, 26).
Unos pocos años después, cuando Salomón dedicaba el nuevo templo, que había
sido construido en el mismo sitio, nuevamente “descendió fuego de los cielos”
(2 Crónicas 3:1; 7:1).
Estas tres ocasiones fueron puntos de quiebre en la historia
del pueblo de Dios. En cada caso, Dios actuó dramáticamente para demostrar su
participación en los asuntos humanos. Elías vio en este enfrentamiento con los
sacerdotes de Baal una coyuntura crucial en la historia de Israel. Era el
momento para que el pueblo escogiera entre Dios o Baal (1 Reyes 18:21), y por
lo tanto un momento apropiado para que Dios demostrara su poder.
¡Y Dios lo hizo! Durante el concurso, los desdichados
adoradores de Baal le imploraron repetidamente a su dios por varias horas
buscando su atención a través de automutilación y danza. No hubo respuesta.
Sólo hubo silencio.
En contraste, Elías empapó su ofrenda con agua y después
hizo una oración corta. Lo que siguió debió haber sido algo espectacular:
“Entonces cayó fuego del Eterno, y consumió el holocausto, la leña, las piedras
y el polvo, y aun lamió el agua que estaba en la zanja” (v. 38).
Luego Elías le ordenó al pueblo, quien finalmente reconoció
al Dios verdadero, que apresara a los profetas de Baal y luego ordenó su
ejecución.
Este acto enfureció a Jezabel, quien de inmediato amenazó a
Elías.
Dos siervos poderosos de Dios
Elías huyó a Beerseba. Dejó a su siervo y caminó otro día
hacia el desierto, donde le pidió a Dios que tomara su vida (1 Reyes 19:4).
Por alguna razón, Elías había desviado sus ojos del
increíble poder de Dios y en lugar de ello permitió que un simple ser humano
(aunque es cierto que era poderoso, malvado y peligroso) lo intimidara.
En los siguientes versículos, leemos que Dios envió un ángel
para alimentarlo y lo envió al monte Horeb (vv. 5-8). El pasaje nos dice que
este alimento especial sustentó a Elías “por cuarenta días y cuarenta noches”.
Esto nos da un indicio de lo que seguramente estaba pasando por la mente de
Elías.
Primero, él se encaminó a “Horeb, el monte de Dios”. Este
monte, en donde Moisés se encontró por primera vez con Dios en la zarza
ardiendo (vea el cuadro de las comparaciones) es mejor conocido como el monte
Sinaí. Cuando Israel acampó ante el monte, Moisés también ayunó, sin comer ni
beber nada por 40 días y 40 noches —¡dos veces!
Como un hombre dedicado al verdadero Dios, Elías seguramente
encontró similitudes entre sus experiencias y las de Moisés. Ambos habían huido
de los gobernantes hostiles y tiranos. Ambos habían viajado al desierto. Ambos
se habían desanimado, pidiéndole a Dios que tomara su vida. Ambos habían comido
del alimento que Dios les había provisto, y ambos habían ayunado en su camino
al encuentro en el monte de Dios.
Cuando Elías ascendió a la montaña, él entró en una cueva
(v. 9) o, en realidad, “la cueva” (The Expositor´s Bible Commentary [Comentario
Bíblico del Expositor]). ¿Qué otra cueva podría ser diferente a la “hendidura
de la peña” en la que Dios puso a Moisés cuando estaba en la montaña (Éxodo
33:22)?
Estas experiencias, un paralelo de las de Moisés, podrían
haber llevado a Elías a esperar que Dios se le revelara de la misma manera
dramática que lo había hecho en el viento, el terremoto y el fuego tantos años
atrás. Todo esto, unido a los momentos verdaderamente dramáticos que Elías
había presenciado en su propia vida, nos da razones para entender por qué él
esperaba que Dios se le revelara de una manera poderosa.
¡Pero eso no fue lo que ocurrió!
Inesperadamente, Dios le habló a Elías en “un silbo apacible
y delicado” (1 Reyes 19:12).
Elías necesitaba aprender lo que todos debemos aprender.
Aunque en muchas ocasiones Dios interactúa con nosotros en formas
extraordinarias, Él también puede interactuar lo mismo de fácil a través de lo común.
El punto es que Dios escogió no hablarle a su profeta por medio del fuego y el
trueno en esta ocasión. Elías necesitaba aprender lo que todos debemos
aprender. Aunque en muchas ocasiones Dios interactúa con nosotros en formas
extraordinarias, Él también puede interactuar lo mismo de fácil a través de lo
común.
Y esto nos lleva a una importante pregunta que todos debemos
responder.
¿Estamos tan enfocados en los momentos de fuego y humo,
rayos y truenos, vientos y tormentas y terremotos, que perdemos el mensaje de
Dios?
Frecuentemente, Dios nos instruye cuando leemos y estudiamos
las Escrituras o escuchamos un sermón, especialmente cuando tomamos tiempo para
reflexionar en lo que hemos leído o escuchado.
También espera que escuchemos el consejo de un hermano en
Cristo y que atendamos el consejo de un ministro de Dios. Y luego, por
supuesto, cuando se trata de hacernos entender la voluntad de Dios, Él puede
llamarnos la atención por medio de una conciencia atribulada.
¿Estamos prestando atención?
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