viernes, 28 de febrero de 2020

¿QUÉ DEBERÍAMOS APRENDER DEL “SILBO APACIBLE Y DELICADO” DE DIOS?


¿Qué podemos aprender del encuentro de Elías con Dios?

Después de uno de los pasajes más dramáticos en las Escrituras, en el que Dios actúa de una forma determinante para revelar su poder, leemos que el profeta Elías huyó para salvar su vida. Dejó atrás su país y su pueblo para escapar del complot de la malvada Jezabel, la reina del rey Acab, que quería asesinarlo (1 Reyes 19:1-3).

Ella había amenazado su vida después de un asombroso despliegue del poder de Dios en el monte Carmelo y la matanza subsecuente de 450 profetas y sacerdotes de Baal, cuyo recuento aparece en el capítulo anterior. Elías fue quien dirigió las ejecuciones, según la ley de Dios.

Llegar a entender las vacilaciones en la fe de Elías (que todos los seres humanos tenemos) —aun después de semejante demostración tan extraordinaria del poder supremo de Dios— es simplemente el primer paso para entender el comportamiento de Elías después de su huida. De hecho, lo que sucede después en 1 Reyes 19, puede ser confuso.

Dios le dijo al profeta, quien había viajado al monte Horeb solo: “Sal fuera, y ponte en el monte delante del Eterno” (v. 11). Allí Elías aguarda expectante que Dios se le manifieste, siendo testigo de “un grande y poderoso viento que rompía los montes”, “un terremoto” y “un fuego”, pero se nos dice que Dios no estaba en nada de eso (vv. 11-12).

¿Qué estaba pasando aquí? ¿Por qué Elías esperaría que Dios se revelara en un viento terrible, o en un terremoto, o en un fuego? ¿qué podemos aprender de “un silbo apacible y delicado”, en el que finalmente el profeta escucha a Dios?

La respuesta es clara cuando entendemos dos cosas. Primero, que necesitamos entender el estado mental de Elías y esto implica entender el significado de los sucesos del capítulo 18. Segundo, necesitamos entender cómo los eventos en la vida de Moisés, más de 500 años atrás, pueden haber influido en la forma de pensar de Elías.

Fuego del cielo

El contexto inmediato de la huida de Elías de Jezabel es el enfrentamiento con los 450 profetas de Baal (1 Reyes 18:20-40). Elías le había pedido a Acab que se reunieran en el monte Carmelo para un concurso para decidir quién merecía ser adorado.

El concurso fue dispuesto de una forma muy ingeniosa. Se suponía que Baal era el dios que controlaba la fertilidad y la lluvia. La prueba de Elías entonces, que llegó después de una sequía de tres años y medio (Santiago 5:17), estaba desafiando directamente el poder y la autoridad de este pretendiente a la divinidad.

Elías propuso que tanto él como los falsos profetas hicieran ofrendas de animales, pero sin comenzar ningún fuego. En vez de ello, debían esperar a que “Dios respondiere por medio del fuego” (1 Reyes 18:24). Esto puede parecer extraño, pero había varios antecedentes que lo explican. Por lo menos en tres ocasiones anteriores, el Dios verdadero de Israel había hecho eso.

El primer incidente registrado ocurrió en la inauguración del sacerdocio aarónico (Levítico 9:24). El segundo ocurrió después de que David construyera un altar en “la era de Ornán jebuseo” (1 Crónicas 21:18, 26). Unos pocos años después, cuando Salomón dedicaba el nuevo templo, que había sido construido en el mismo sitio, nuevamente “descendió fuego de los cielos” (2 Crónicas 3:1; 7:1).
Estas tres ocasiones fueron puntos de quiebre en la historia del pueblo de Dios. En cada caso, Dios actuó dramáticamente para demostrar su participación en los asuntos humanos. Elías vio en este enfrentamiento con los sacerdotes de Baal una coyuntura crucial en la historia de Israel. Era el momento para que el pueblo escogiera entre Dios o Baal (1 Reyes 18:21), y por lo tanto un momento apropiado para que Dios demostrara su poder.

¡Y Dios lo hizo! Durante el concurso, los desdichados adoradores de Baal le imploraron repetidamente a su dios por varias horas buscando su atención a través de automutilación y danza. No hubo respuesta. Sólo hubo silencio.

En contraste, Elías empapó su ofrenda con agua y después hizo una oración corta. Lo que siguió debió haber sido algo espectacular: “Entonces cayó fuego del Eterno, y consumió el holocausto, la leña, las piedras y el polvo, y aun lamió el agua que estaba en la zanja” (v. 38).

Luego Elías le ordenó al pueblo, quien finalmente reconoció al Dios verdadero, que apresara a los profetas de Baal y luego ordenó su ejecución.

Este acto enfureció a Jezabel, quien de inmediato amenazó a Elías.

Dos siervos poderosos de Dios

Elías huyó a Beerseba. Dejó a su siervo y caminó otro día hacia el desierto, donde le pidió a Dios que tomara su vida (1 Reyes 19:4).

Por alguna razón, Elías había desviado sus ojos del increíble poder de Dios y en lugar de ello permitió que un simple ser humano (aunque es cierto que era poderoso, malvado y peligroso) lo intimidara.

En los siguientes versículos, leemos que Dios envió un ángel para alimentarlo y lo envió al monte Horeb (vv. 5-8). El pasaje nos dice que este alimento especial sustentó a Elías “por cuarenta días y cuarenta noches”. Esto nos da un indicio de lo que seguramente estaba pasando por la mente de Elías.
Primero, él se encaminó a “Horeb, el monte de Dios”. Este monte, en donde Moisés se encontró por primera vez con Dios en la zarza ardiendo (vea el cuadro de las comparaciones) es mejor conocido como el monte Sinaí. Cuando Israel acampó ante el monte, Moisés también ayunó, sin comer ni beber nada por 40 días y 40 noches —¡dos veces!

Como un hombre dedicado al verdadero Dios, Elías seguramente encontró similitudes entre sus experiencias y las de Moisés. Ambos habían huido de los gobernantes hostiles y tiranos. Ambos habían viajado al desierto. Ambos se habían desanimado, pidiéndole a Dios que tomara su vida. Ambos habían comido del alimento que Dios les había provisto, y ambos habían ayunado en su camino al encuentro en el monte de Dios.

Cuando Elías ascendió a la montaña, él entró en una cueva (v. 9) o, en realidad, “la cueva” (The Expositor´s Bible Commentary [Comentario Bíblico del Expositor]). ¿Qué otra cueva podría ser diferente a la “hendidura de la peña” en la que Dios puso a Moisés cuando estaba en la montaña (Éxodo 33:22)?

Estas experiencias, un paralelo de las de Moisés, podrían haber llevado a Elías a esperar que Dios se le revelara de la misma manera dramática que lo había hecho en el viento, el terremoto y el fuego tantos años atrás. Todo esto, unido a los momentos verdaderamente dramáticos que Elías había presenciado en su propia vida, nos da razones para entender por qué él esperaba que Dios se le revelara de una manera poderosa.

¡Pero eso no fue lo que ocurrió!

Inesperadamente, Dios le habló a Elías en “un silbo apacible y delicado” (1 Reyes 19:12).
Elías necesitaba aprender lo que todos debemos aprender. Aunque en muchas ocasiones Dios interactúa con nosotros en formas extraordinarias, Él también puede interactuar lo mismo de fácil a través de lo común. El punto es que Dios escogió no hablarle a su profeta por medio del fuego y el trueno en esta ocasión. Elías necesitaba aprender lo que todos debemos aprender. Aunque en muchas ocasiones Dios interactúa con nosotros en formas extraordinarias, Él también puede interactuar lo mismo de fácil a través de lo común.

Y esto nos lleva a una importante pregunta que todos debemos responder.

¿Estamos tan enfocados en los momentos de fuego y humo, rayos y truenos, vientos y tormentas y terremotos, que perdemos el mensaje de Dios?

Frecuentemente, Dios nos instruye cuando leemos y estudiamos las Escrituras o escuchamos un sermón, especialmente cuando tomamos tiempo para reflexionar en lo que hemos leído o escuchado.
También espera que escuchemos el consejo de un hermano en Cristo y que atendamos el consejo de un ministro de Dios. Y luego, por supuesto, cuando se trata de hacernos entender la voluntad de Dios, Él puede llamarnos la atención por medio de una conciencia atribulada.

¿Estamos prestando atención?


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