La
pureza espiritual puede parecer etérea. Puede ser difícil de entender y de
practicar, pero es un concepto que Dios tiene en la más alta estima. Jesús
ensalzó el ser “limpio de corazón” en su sexta Bienaventuranza.
Hoy
en día nuestra sociedad se deleita con chistes vulgares, películas para
“adultos” y lenguaje soez. Cosas que antes universalmente se consideraban
repugnantes y viles ahora parecen aceptables. Las personas “a lo malo dicen
bueno” (Isaías 5:20) y no sienten vergüenza por pensamientos y acciones
impuras. “¿Se han avergonzado de haber hecho abominación? Ciertamente no se han
avergonzado en lo más mínimo, ni supieron avergonzarse; caerán, por tanto,
entre los que caigan; cuando los castigue caerán, dice el Eterno” (Jeremías
8:12).
Incluso
aquellos que afirman tener la razón cargan con la impureza del pecado todavía a
menos que se hayan arrepentido y hayan sido perdonados. “Si bien todos nosotros
somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y
caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como
viento”, escribió Isaías (Isaías 64:6). Todos hemos pecado (Romanos 3:23), y
por eso todos hemos sido contaminados.
La
sexta Bienaventuranza dice: “Bienaventurados los de limpio corazón,
porque ellos verán a Dios” (Mateo 5:8). Una de las características que más
valora Dios es la de la pureza.
Tenga
en cuenta esto en el contexto del Sermón del Monte. La bienaventuranza anterior
fue: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia” (Mateo 5:7). El Padre es capaz de mostrarnos esa misericordia
debido al sacrificio de Jesús que también hace posible que seamos
limpios y puros de corazón.
Bienaventurados
los de limpio corazón
El
énfasis de esta sexta Bienaventuranza está en el corazón. Mientras que la
humanidad sólo puede ver la apariencia externa, Dios es capaz de ver el corazón
y lo más profundo de un individuo. Ahí es donde Él hace énfasis.
Así
como Dios le dijo a Samuel cuando estaba a punto de ungir a un nuevo rey sobre
Israel: “No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo
desecho; porque el Eterno no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo
que está delante de sus ojos, pero el Eterno mira el corazón” (1 Samuel 16:7).
Dios nos conoce hasta en lo más profundo de nuestro ser (Hechos 15:8).
A
Dios le importan mucho nuestras acciones —lo que hacemos. Pero también examina
lo que hacemos en nuestros corazones donde sólo Él puede ver. Por ejemplo,
Jesús magnificó el mandamiento contra el adulterio diciendo: “cualquiera que
mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón”, Él no
sólo mira lo que hacemos en nuestros corazones, sino también cuán cerca estamos
de Él en nuestros corazones (Mateo 15:8-9).
Definitivamente,
no está dentro de nuestra capacidad natural tener un corazón puro. Para tener
un corazón así, debemos tener un espíritu arrepentido. Definitivamente, no está
dentro de nuestra capacidad natural tener un corazón puro. Para tener un
corazón así, debemos tener un espíritu arrepentido. Tenemos que acudir a Dios
como lo hizo el rey David, suplicando: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,
Y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Salmos 51:10).
Esto
es algo que Dios puede y hará con gusto por medio del sacrificio de Jesucristo,
siempre y cuando nos arrepintamos cada vez que pecamos. Debemos comprometernos
a vivir nuestra vida de acuerdo a su camino y confiando completamente en el
sacrificio de Jesús. “Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos
comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo
pecado” (1 Juan 1:7).
Porque
ellos verán a Dios
Reflexionemos
profundamente a quién es el que vamos a ver: ¡al Dios Creador! ¡El ser más
poderoso y amoroso del universo!
Éste
es el Dios que hizo el universo de la nada, con sólo una palabra. Él sacó a
Israel del antiguo Egipto separando el Mar Rojo. Hizo un plan de salvación que
incluía el sacrificio de un miembro de la divinidad para que toda la humanidad
pueda ser parte de la familia de Dios. Él es el Dios cuya resplandeciente
gloria le habría quitado la vida a Moisés si no lo hubiera cubierto (Éxodo
33:18-23).
Para
poder escuchar los Diez Mandamientos de Dios, el antiguo Israel tuvo que ser
purificado físicamente (Éxodo 19:10-11). Los sacerdotes debían limpiarse antes
de entrar en el tabernáculo de reunión, que representaba venir ante Dios (Éxodo
30:17-21). Estas reglas físicas resaltan lo impresionante que es venir ante la
presencia de Dios y tal vez les ayudaron a concentrarse. Ver a Dios está más
allá de nuestra comprensión física, y requiere pureza espiritual.
El
privilegio de ver a Dios sólo se le da a un grupo en la Biblia: aquellos que
son santos y puros a los ojos de Dios. Como escribió el rey David: “¿Quién
subirá al monte del Eterno? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de
manos y puro de corazón; El que no ha elevado su alma a cosas vanas, Ni jurado
con engaño” (Salmos 24:3-4).
Nosotros
no veremos a Dios cara a cara durante esta vida física. Lo veremos después de
nuestra resurrección.
Como
escribió el apóstol Juan: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que
seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le
conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo
que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes
a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza
en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:1-3).
El
camino del hombre
Sin
embargo, la pureza no es algo que viene naturalmente con el ser humano. El
concepto de pureza espiritual no tiene prioridad en los pensamientos del ser
humano promedio. Por el contrario, el hombre se contamina desobedeciendo a
Dios, lo que conlleva a muchas formas diferentes de maldad, como las que Pablo
menciona en Romanos 1:24-32. Tristemente, el hombre por naturaleza va en contra
de la ley de Dios que lo mantendría puro y a salvo (Romanos 8:7).
Nuestra
impureza no es sólo superficial, sino que es algo que se ha desarrollado en
nuestros pensamientos y está arraigado en lo profundo de nuestro ser. Como
escribió Jeremías: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso;
¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9). A menudo, tratamos de encubrirlo y fingir
que somos tan puros como la nieve, escondiendo nuestra contaminación interior
en un indignante acto de hipocresía que Cristo condena fuertemente.
En
que consiste ser limpio de corazón
Aunque
no se puede negar que necesitamos la ayuda de Dios para tener un corazón puro,
también tenemos un papel que desempeñar en la limpieza de nuestros corazones.
Dios nos pide: “Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de
delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo” (Isaías 1:16).
Jesucristo
dijo que debemos trabajar para “limpiar primero lo de dentro” del mal (Mateo
23:26) para que podamos ser puros ante Dios. Un elemento clave para
purificarnos y vencer es esforzarnos por obedecer el “mandamiento del Señor”
puro (Salmos 19:8). No sólo debemos obedecer la ley de Dios, sino que también
debemos alejarnos constantemente de lo que es impuro —“y guardarse sin mancha
del mundo” (Santiago 1:27).
A
medida que vencemos y crecemos en la pureza de nuestro corazón, vamos a elegir
tener pensamientos limpios. Esto también vendrá con esfuerzo cuando pongamos
nuestras mentes en cosas puras y de acuerdo a Dios (Filipenses 4:8). La
limpieza del corazón también se extiende y afecta nuestras palabras y acciones.
Como dijo Jesús: “De la abundancia del corazón habla la boca” (Lucas 6:45).
La
limpieza de corazón es importante porque nos va a permitir entrar en la familia
de Dios y tener una relación eterna con nuestro Dios Creador.
La
limpieza de corazón también contribuye a que seamos pacificadores, la siguiente
Bienaventuranza.
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