viernes, 15 de mayo de 2020

Bienaventurados los de limpio corazón



La pureza espiritual puede parecer etérea. Puede ser difícil de entender y de practicar, pero es un concepto que Dios tiene en la más alta estima. Jesús ensalzó el ser “limpio de corazón” en su sexta Bienaventuranza.

Hoy en día nuestra sociedad se deleita con chistes vulgares, películas para “adultos” y lenguaje soez. Cosas que antes universalmente se consideraban repugnantes y viles ahora parecen aceptables. Las personas “a lo malo dicen bueno” (Isaías 5:20) y no sienten vergüenza por pensamientos y acciones impuras. “¿Se han avergonzado de haber hecho abominación? Ciertamente no se han avergonzado en lo más mínimo, ni supieron avergonzarse; caerán, por tanto, entre los que caigan; cuando los castigue caerán, dice el Eterno” (Jeremías 8:12).

Incluso aquellos que afirman tener la razón cargan con la impureza del pecado todavía a menos que se hayan arrepentido y hayan sido perdonados. “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento”, escribió Isaías (Isaías 64:6). Todos hemos pecado (Romanos 3:23), y por eso todos hemos sido contaminados.

La sexta Bienaventuranza dice: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5:8). Una de las características que más valora Dios es la de la pureza.

Tenga en cuenta esto en el contexto del Sermón del Monte. La bienaventuranza anterior fue: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mateo 5:7). El Padre es capaz de mostrarnos esa misericordia debido al sacrificio de Jesús que también hace posible que seamos limpios y puros de corazón.

Bienaventurados los de limpio corazón

El énfasis de esta sexta Bienaventuranza está en el corazón. Mientras que la humanidad sólo puede ver la apariencia externa, Dios es capaz de ver el corazón y lo más profundo de un individuo. Ahí es donde Él hace énfasis.

Así como Dios le dijo a Samuel cuando estaba a punto de ungir a un nuevo rey sobre Israel: “No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque el Eterno no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Eterno mira el corazón” (1 Samuel 16:7). Dios nos conoce hasta en lo más profundo de nuestro ser (Hechos 15:8).

A Dios le importan mucho nuestras acciones —lo que hacemos. Pero también examina lo que hacemos en nuestros corazones donde sólo Él puede ver. Por ejemplo, Jesús magnificó el mandamiento contra el adulterio diciendo: “cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón”, Él no sólo mira lo que hacemos en nuestros corazones, sino también cuán cerca estamos de Él en nuestros corazones (Mateo 15:8-9).

Definitivamente, no está dentro de nuestra capacidad natural tener un corazón puro. Para tener un corazón así, debemos tener un espíritu arrepentido. Definitivamente, no está dentro de nuestra capacidad natural tener un corazón puro. Para tener un corazón así, debemos tener un espíritu arrepentido. Tenemos que acudir a Dios como lo hizo el rey David, suplicando: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Salmos 51:10).

Esto es algo que Dios puede y hará con gusto por medio del sacrificio de Jesucristo, siempre y cuando nos arrepintamos cada vez que pecamos. Debemos comprometernos a vivir nuestra vida de acuerdo a su camino y confiando completamente en el sacrificio de Jesús. “Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).

Porque ellos verán a Dios

Reflexionemos profundamente a quién es el que vamos a ver: ¡al Dios Creador! ¡El ser más poderoso y amoroso del universo!

Éste es el Dios que hizo el universo de la nada, con sólo una palabra. Él sacó a Israel del antiguo Egipto separando el Mar Rojo. Hizo un plan de salvación que incluía el sacrificio de un miembro de la divinidad para que toda la humanidad pueda ser parte de la familia de Dios. Él es el Dios cuya resplandeciente gloria le habría quitado la vida a Moisés si no lo hubiera cubierto (Éxodo 33:18-23).

Para poder escuchar los Diez Mandamientos de Dios, el antiguo Israel tuvo que ser purificado físicamente (Éxodo 19:10-11). Los sacerdotes debían limpiarse antes de entrar en el tabernáculo de reunión, que representaba venir ante Dios (Éxodo 30:17-21). Estas reglas físicas resaltan lo impresionante que es venir ante la presencia de Dios y tal vez les ayudaron a concentrarse. Ver a Dios está más allá de nuestra comprensión física, y requiere pureza espiritual.

El privilegio de ver a Dios sólo se le da a un grupo en la Biblia: aquellos que son santos y puros a los ojos de Dios. Como escribió el rey David: “¿Quién subirá al monte del Eterno? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón; El que no ha elevado su alma a cosas vanas, Ni jurado con engaño” (Salmos 24:3-4).

Nosotros no veremos a Dios cara a cara durante esta vida física. Lo veremos después de nuestra resurrección.

Como escribió el apóstol Juan: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:1-3).

El camino del hombre

Sin embargo, la pureza no es algo que viene naturalmente con el ser humano. El concepto de pureza espiritual no tiene prioridad en los pensamientos del ser humano promedio. Por el contrario, el hombre se contamina desobedeciendo a Dios, lo que conlleva a muchas formas diferentes de maldad, como las que Pablo menciona en Romanos 1:24-32. Tristemente, el hombre por naturaleza va en contra de la ley de Dios que lo mantendría puro y a salvo (Romanos 8:7).

Nuestra impureza no es sólo superficial, sino que es algo que se ha desarrollado en nuestros pensamientos y está arraigado en lo profundo de nuestro ser. Como escribió Jeremías: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9). A menudo, tratamos de encubrirlo y fingir que somos tan puros como la nieve, escondiendo nuestra contaminación interior en un indignante acto de hipocresía que Cristo condena fuertemente.

En que consiste ser limpio de corazón

Aunque no se puede negar que necesitamos la ayuda de Dios para tener un corazón puro, también tenemos un papel que desempeñar en la limpieza de nuestros corazones. Dios nos pide: “Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo” (Isaías 1:16).

Jesucristo dijo que debemos trabajar para “limpiar primero lo de dentro” del mal (Mateo 23:26) para que podamos ser puros ante Dios. Un elemento clave para purificarnos y vencer es esforzarnos por obedecer el “mandamiento del Señor” puro (Salmos 19:8). No sólo debemos obedecer la ley de Dios, sino que también debemos alejarnos constantemente de lo que es impuro —“y guardarse sin mancha del mundo” (Santiago 1:27).

A medida que vencemos y crecemos en la pureza de nuestro corazón, vamos a elegir tener pensamientos limpios. Esto también vendrá con esfuerzo cuando pongamos nuestras mentes en cosas puras y de acuerdo a Dios (Filipenses 4:8). La limpieza del corazón también se extiende y afecta nuestras palabras y acciones. Como dijo Jesús: “De la abundancia del corazón habla la boca” (Lucas 6:45).

La limpieza de corazón es importante porque nos va a permitir entrar en la familia de Dios y tener una relación eterna con nuestro Dios Creador.

La limpieza de corazón también contribuye a que seamos pacificadores, la siguiente Bienaventuranza.

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