lunes, 11 de mayo de 2020

Bienaventurados los que lloran



En Mateo 5:4 Jesús dijo: “Bienaventurados los que lloran”. ¿Qué quiso decir con esta bienaventuranza? ¿Cómo puede el llanto conducir al consuelo, a la alegría y a la felicidad real?
Ya es bastante difícil no darse cuenta de que el mundo es un lugar triste. Pero sentir los efectos de ese mundo —experimentar el dolor, la pena y el llanto— puede ser devastador. Y entonces Jesús abordó el tema del llanto en la segunda de sus Bienaventuranzas.
La primera bienaventuranza se refería a ser pobres en espíritu —reconocer nuestra propia debilidad comparada con la grandeza de Dios y darnos cuenta de nuestra dependencia de Él. Una vez que alguien llega a ese punto, entonces es capaz de mirar todo con una nueva perspectiva en nuestros ojos.
Y a veces esos ojos se llenan de lágrimas.
Bienaventurados los que lloran
La segunda de las Bienaventuranzas es: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación” (Mateo 5:4). Esta Bienaventuranza toca el corazón y el alma de lo que es ser un cristiano.
Los cristianos tienen por lo menos tres cosas que los hacen llorar —que tocan sus corazones hasta tal punto que se afligen y pueden llegar a llorar. Dios quiere que la gente sea sensible al sufrimiento, dolor y tormento causado por el pecado (el nuestro o el de otros) y que sea compasiva con aquellos que lloran la pérdida de sus seres queridos.
Arrepentimiento por nuestros pecados. Cuando Dios nos guía al arrepentimiento, llegamos a un punto en el que nos damos cuenta de la fuerza de nuestros pecados. Nuestro sentimiento puede coincidir fácilmente con las palabras del rey David: “Eterno, no retengas de mí tus misericordias; Tu misericordia y tu verdad me guarden siempre. Porque me han rodeado males sin número; Me han alcanzado mis maldades, y no puedo levantar la vista. Se han aumentado más que los cabellos de mi cabeza, y mi corazón me falla” (Salmos 40:11-12). El arrepentimiento —el proceso de confesar los pecados a Dios y cambiar a su camino de vida— es un proceso muy edificante (Salmos 51). Comienza con un dolor de acuerdo a Dios por los pecados y esto nos lleva a un cambio real (2 Corintios 7:9-11).
Dolor por los pecados del mundo. “Ríos de agua descendieron de mis ojos, Porque no guardaban tu ley”, dijo el salmista (Salmos 119:136). Esto puede aplicarse a los que están en una ciudad (Mateo 23:37; 2 Pedro 2:7-8), una nación (Jeremías 4:19), o para todo el mundo que está lleno de pecado (Romanos 3:10-18). Es difícil vivir en un mundo que es tan opuesto al camino de Dios, pero finalmente Dios va a proteger a aquellos que suspiran y lloran por los pecados del mundo (Ezequiel 9:4).
Compasión por aquellos que han perdido a sus seres queridos. La muerte de un ser querido es algo doloroso, y Pablo nos dice que “lloremos con los que lloran” (Romanos 12:15; ver también 1 Corintios 12:26). Jesús se conmovió por el llanto de aquellos que lamentaban la muerte de su amigo Lázaro (Juan 11:33-36). Tuvo compasión de una viuda que había perdido a su hijo (Lucas 7:12-13). La muerte es una fuerza inevitable que va a golpear a todos los seres humanos del planeta. Incluso el conocimiento del gran plan de Dios no quita el dolor y el llanto por tal pérdida.
Afortunadamente, después de todo el llanto que enfrenta un cristiano, hay consuelo.
Porque ellos recibirán consolación
Dios tiene un plan fabuloso que va a permitir que todos los que estén dispuestos se puedan arrepentir y sean salvos. Él quiere darnos vida eterna sin más lamentos. Este plan incluye el sacrificio y la resurrección de nuestro Salvador Jesucristo (Apocalipsis 13:8; 1 Corintios 15:3-4).
Isaías profetizó que el Mesías fue ungido “a consolar a todos los enlutados; a ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado” (Isaías 61:2-3).
Hay múltiples aspectos de ese plan que sirven para consolar a los seguidores de Cristo incluso en ese momento en que pueden estar sufriendo.
Aquí hay tres:
El perdón de los pecados. 
El arrepentimiento puede ser una experiencia dolorosa. Pero hay consuelo en saber que cuando nos arrepentimos, Dios perdona nuestros pecados y los borra de su mente “Cuanto está lejos el oriente del occidente” (Salmos 103:12). En el fondo de esa angustia, es posible ver la misericordia y la grandeza de Dios (Joel 2:13; 1 Juan 1:9).
El regreso de Cristo. 
El mundo es un desastre total que sólo tiene una solución: el regreso de Jesucristo. Hasta que Él regrese, la situación seguirá empeorando. Después de su regreso a esta Tierra, Cristo hará posible que: “Entonces la virgen se alegrará en la danza, los jóvenes y los viejos juntamente; y cambiaré su lloro en gozo, y los consolaré, y los alegraré de su dolor” (Jeremías 31:13). Eventualmente, “enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos” (Apocalipsis 21:4).
Resurrección. 
Después de la muerte de un ser querido, saber que existe la resurrección puede ser muy reconfortante. Saber que esta vida no es todo lo que hay, sino que Dios tiene reservado algo aún más grande es una gran fuente de consuelo (1 Corintios 15:51-54; 1 Tesalonicenses 4:13-18).
A través del cumplimiento del plan de Dios, los que lloran “recibirán consolación”. Ahora que hemos analizado la Bienaventuranza, veamos por qué es difícil para nosotros aplicar esta característica y cómo podemos hacerlo a pesar de la dificultad.
El camino del hombre
Pareciera que el llanto no es el camino para alcanzar la felicidad y el consuelo.
En cambio, la mayoría de la gente imagina que la fuente de la felicidad implica mucho placer físico y diversión, tal vez beber, irse de fiesta, drogarse, apostar, tener relaciones sexuales, etcétera. La inclinación natural es considerar el llanto como un estado emocional que hay que evitar a toda costa y en su lugar festejar y deleitarse con el placer del momento.
Esto es lo que muchos han intentado hacer. Entre ellos estaba el rey Salomón, el rey sabio y rico que tenía todo lo que podía desear. Pero mirando hacia atrás en su vida, dijo: “Mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete; porque aquello es el fin de todos los hombres, y el que vive lo pondrá en su corazón. Mejor es el pesar que la risa; porque con la tristeza del rostro se enmendará el corazón. El corazón de los sabios está en la casa del luto; más el corazón de los insensatos, en la casa en que hay alegría” (Eclesiastés 7:2-4).
El llanto permite que la gente tome la vida con más seriedad —de una manera que invita al cambio y conlleva al crecimiento. De esta manera, los que lloran son verdaderamente bendecidos, a pesar de lo que muchos piensan (Lucas 6:21, 25; Santiago 4:8-10).
Cómo es el lamento
¿Cómo es exactamente el lamento de un cristiano?
El lamento es una tristeza profunda, e incluso puede incluir lágrimas. Muchos héroes de la Biblia lloraron, el más notable de ellos fue Jesucristo (Isaías 53:3; Juan 11:35). Las lágrimas no tienen que ser vistas como una señal de debilidad. Pueden mostrar un corazón tierno y afectuoso que se duele con los demás y conoce el dolor. Otras veces, el llanto también puede significar un corazón arrepentido lleno de dolor después de reconocer la severidad de nuestro pecado (Mateo 26:75).
Un corazón sobrio y afligido contará sus días, teniendo en cuenta que esta vida física no es eterna (Salmos 90:12). El lamento, ya sea por arrepentimiento, compasión o pérdida, puede llevar a la reflexión interior. Esto permite el autoexamen y un mayor crecimiento espiritual.
Dios no quiere que las personas se sienten en cuartos oscuros y lloren continuamente desde el amanecer hasta el anochecer. Un fruto de su Espíritu es el gozo (Gálatas 5:22). Aunque ciertamente hay momentos de lamento, también hay momentos de gozo (Eclesiastés 3:1, 4). Una vida equilibrada tendrá ambas cosas —en los momentos adecuados.
Para un cristiano, el gozo según Dios no proviene de circunstancias externas. En cambio, el gozo viene de conocer a Dios y su camino de vida. Una relación cercana a Dios puede producir más gozo del que algunos creen posible (Salmos 16:11; 1 Pedro 1:8). El camino de Dios, una vez interiorizado, da un sentido de paz interior que no puede ser opacado por ninguna cantidad de pruebas (Filipenses 4:6-7).
Este equilibrio entre el gozo y el lamento lleva a la autorreflexión y a concientizarse, lo cual es necesario para la próxima Bienaventuranza: los mansos.
Teniendo en cuenta todo esto, podemos ver por qué Jesús dijo: “Bienaventurados los que lloran” (Mateo 5:4). 

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