En
Mateo 5:4 Jesús dijo: “Bienaventurados los que lloran”. ¿Qué quiso decir con
esta bienaventuranza? ¿Cómo puede el llanto conducir al consuelo, a la alegría
y a la felicidad real?
Ya
es bastante difícil no darse cuenta de que el mundo es un lugar triste. Pero
sentir los efectos de ese mundo —experimentar el dolor, la pena y el llanto—
puede ser devastador. Y entonces Jesús abordó el tema del llanto en la segunda
de sus Bienaventuranzas.
La
primera bienaventuranza se refería a ser pobres en
espíritu —reconocer nuestra propia debilidad comparada con la grandeza de
Dios y darnos cuenta de nuestra dependencia de Él. Una vez que alguien llega a
ese punto, entonces es capaz de mirar todo con una nueva perspectiva en nuestros
ojos.
Y
a veces esos ojos se llenan de lágrimas.
Bienaventurados
los que lloran
La
segunda de las Bienaventuranzas es: “Bienaventurados los que lloran, porque
ellos recibirán consolación” (Mateo 5:4). Esta Bienaventuranza toca el corazón
y el alma de lo que es ser un cristiano.
Los
cristianos tienen por lo menos tres cosas que los hacen llorar —que tocan sus
corazones hasta tal punto que se afligen y pueden llegar a llorar. Dios quiere
que la gente sea sensible al sufrimiento, dolor y tormento causado por el pecado
(el nuestro o el de otros) y que sea compasiva con aquellos que lloran la
pérdida de sus seres queridos.
Arrepentimiento
por nuestros pecados. Cuando Dios nos guía al arrepentimiento, llegamos a
un punto en el que nos damos cuenta de la fuerza de nuestros pecados. Nuestro
sentimiento puede coincidir fácilmente con las palabras del rey David: “Eterno,
no retengas de mí tus misericordias; Tu misericordia y tu verdad me guarden
siempre. Porque me han rodeado males sin número; Me han alcanzado mis maldades,
y no puedo levantar la vista. Se han aumentado más que los cabellos de mi
cabeza, y mi corazón me falla” (Salmos 40:11-12). El arrepentimiento —el
proceso de confesar los pecados a Dios y cambiar a su camino de vida— es un
proceso muy edificante (Salmos 51). Comienza con un dolor de acuerdo a Dios por
los pecados y esto nos lleva a un cambio real (2 Corintios 7:9-11).
Dolor
por los pecados del mundo. “Ríos de agua descendieron de mis ojos, Porque
no guardaban tu ley”, dijo el salmista (Salmos 119:136). Esto puede aplicarse a
los que están en una ciudad (Mateo 23:37; 2 Pedro 2:7-8), una nación (Jeremías
4:19), o para todo el mundo que está lleno de pecado (Romanos 3:10-18). Es
difícil vivir en un mundo que es tan opuesto al camino de Dios, pero finalmente
Dios va a proteger a aquellos que suspiran y lloran por los pecados del mundo
(Ezequiel 9:4).
Compasión
por aquellos que han perdido a sus seres queridos. La muerte de un ser
querido es algo doloroso, y Pablo nos dice que “lloremos con los que lloran”
(Romanos 12:15; ver también 1 Corintios 12:26). Jesús se conmovió por el llanto
de aquellos que lamentaban la muerte de su amigo Lázaro (Juan 11:33-36). Tuvo
compasión de una viuda que había perdido a su hijo (Lucas 7:12-13). La muerte
es una fuerza inevitable que va a golpear a todos los seres humanos del
planeta. Incluso el conocimiento del gran plan de Dios no quita el dolor y el
llanto por tal pérdida.
Afortunadamente,
después de todo el llanto que enfrenta un cristiano, hay consuelo.
Porque
ellos recibirán consolación
Dios
tiene un plan fabuloso que va a permitir que todos los que estén dispuestos se
puedan arrepentir y sean salvos. Él quiere darnos vida eterna sin más lamentos.
Este plan incluye el sacrificio y la resurrección de nuestro Salvador Jesucristo
(Apocalipsis 13:8; 1 Corintios 15:3-4).
Isaías
profetizó que el Mesías fue ungido “a consolar a todos los enlutados; a ordenar
que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo
en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado” (Isaías
61:2-3).
Hay
múltiples aspectos de ese plan que sirven para consolar a los seguidores de
Cristo incluso en ese momento en que pueden estar sufriendo.
Aquí
hay tres:
El
perdón de los pecados.
El
arrepentimiento puede ser una experiencia dolorosa. Pero hay consuelo en saber
que cuando nos arrepentimos, Dios perdona nuestros pecados y los borra de su
mente “Cuanto está lejos el oriente del occidente” (Salmos 103:12). En el fondo
de esa angustia, es posible ver la misericordia y la grandeza de Dios (Joel
2:13; 1 Juan 1:9).
El
regreso de Cristo.
El
mundo es un desastre total que sólo tiene una solución: el regreso de
Jesucristo. Hasta que Él regrese, la situación seguirá empeorando. Después de
su regreso a esta Tierra, Cristo hará posible que: “Entonces la virgen se
alegrará en la danza, los jóvenes y los viejos juntamente; y cambiaré su lloro
en gozo, y los consolaré, y los alegraré de su dolor” (Jeremías 31:13).
Eventualmente, “enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos” (Apocalipsis
21:4).
Resurrección.
Después
de la muerte de un ser querido, saber que existe la resurrección puede ser muy
reconfortante. Saber que esta vida no es todo lo que hay, sino que Dios tiene
reservado algo aún más grande es una gran fuente de consuelo (1 Corintios
15:51-54; 1 Tesalonicenses 4:13-18).
A
través del cumplimiento del plan de Dios, los que lloran “recibirán
consolación”. Ahora que hemos analizado la Bienaventuranza, veamos por qué es
difícil para nosotros aplicar esta característica y cómo podemos hacerlo a
pesar de la dificultad.
El
camino del hombre
Pareciera
que el llanto no es el camino para alcanzar la felicidad y el consuelo.
En
cambio, la mayoría de la gente imagina que la fuente de la felicidad implica
mucho placer físico y diversión, tal vez beber, irse de fiesta, drogarse,
apostar, tener relaciones sexuales, etcétera. La inclinación natural es
considerar el llanto como un estado emocional que hay que evitar a toda costa y
en su lugar festejar y deleitarse con el placer del momento.
Esto
es lo que muchos han intentado hacer. Entre ellos estaba el rey Salomón, el rey
sabio y rico que tenía todo lo que podía desear. Pero mirando hacia atrás en su
vida, dijo: “Mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete; porque
aquello es el fin de todos los hombres, y el que vive lo pondrá en su corazón.
Mejor es el pesar que la risa; porque con la tristeza del rostro se enmendará
el corazón. El corazón de los sabios está en la casa del luto; más el corazón
de los insensatos, en la casa en que hay alegría” (Eclesiastés 7:2-4).
El
llanto permite que la gente tome la vida con más seriedad —de una manera que
invita al cambio y conlleva al crecimiento. De esta manera, los que lloran son
verdaderamente bendecidos, a pesar de lo que muchos piensan (Lucas 6:21, 25;
Santiago 4:8-10).
Cómo
es el lamento
¿Cómo
es exactamente el lamento de un cristiano?
El
lamento es una tristeza profunda, e incluso puede incluir lágrimas. Muchos
héroes de la Biblia lloraron, el más notable de ellos fue Jesucristo (Isaías
53:3; Juan 11:35). Las lágrimas no tienen que ser vistas como una señal de
debilidad. Pueden mostrar un corazón tierno y afectuoso que se duele con los
demás y conoce el dolor. Otras veces, el llanto también puede significar un
corazón arrepentido lleno de dolor después de reconocer la severidad de nuestro
pecado (Mateo 26:75).
Un
corazón sobrio y afligido contará sus días, teniendo en cuenta que esta vida
física no es eterna (Salmos 90:12). El lamento, ya sea por arrepentimiento,
compasión o pérdida, puede llevar a la reflexión interior. Esto permite el
autoexamen y un mayor crecimiento espiritual.
Dios
no quiere que las personas se sienten en cuartos oscuros y lloren continuamente
desde el amanecer hasta el anochecer. Un fruto de su Espíritu es el gozo (Gálatas
5:22). Aunque ciertamente hay momentos de lamento, también hay momentos de gozo
(Eclesiastés 3:1, 4). Una vida equilibrada tendrá ambas cosas —en los momentos
adecuados.
Para
un cristiano, el gozo según Dios no proviene de circunstancias externas. En
cambio, el gozo viene de conocer a Dios y su camino de vida. Una relación
cercana a Dios puede producir más gozo del que algunos creen posible (Salmos
16:11; 1 Pedro 1:8). El camino de Dios, una vez interiorizado, da un sentido de
paz interior que no puede ser opacado por ninguna cantidad de pruebas
(Filipenses 4:6-7).
Este
equilibrio entre el gozo y el lamento lleva a la autorreflexión y a
concientizarse, lo cual es necesario para la próxima Bienaventuranza: los
mansos.
Teniendo
en cuenta todo esto, podemos ver por qué Jesús dijo: “Bienaventurados los que
lloran” (Mateo 5:4).
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