jueves, 9 de enero de 2020

NACER DE NUEVO



Jesús es muy claro cuando dice que un cristiano debe nacer de nuevo si  quiere ver el reino de Dios.
“Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios… De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.” Juan 3:3-6.
Es obvio que Dios no está hablando de nacer otra vez físicamente. Él está hablando de un nuevo anhelo – una transformación espiritual.

¿Por qué es necesario nacer de nuevo?

Antes de nacer de nuevo soy guiado por mis propias inclinaciones humanas, también llamadas los deseos de la carne. Generalmente estas inclinaciones guían mis pensamientos y decisiones. Pero los deseos de la carne no llevan a una vida en Cristo, a la cual soy llamado. Ceder a deseos tales como: orgullo, flojera, avaricia, envidia, egoísmo y muchos otros, llevan al pecado. Jesús describe la mentalidad de los que no han nacido de nuevo de esta manera: “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.” Apocalipsis 3:17.

Es hasta que reconozco que soy yo al que describen en este versículo que estoy en el punto donde puedo nacer de nuevo “de agua y del Espíritu.” Nada de lo que es nacido de la carne, como persona natural, puede servir a Dios. Cuando reconozco que no soy capaz de hacer lo bueno, entonces Dios puede hacerse cargo. Necesito entregar absolutamente todo para poder nacer del Espíritu – es un nacimiento en la mente y en el corazón. Me considero muerto a los deseos de la carne y vivo para los impulsos del Espíritu.

“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.” Gálatas 5:20.

Por supuesto, todavía tengo una carne que desea satisfacer sus deseos, pero ahora estos deseos son vencidos y no tienen más poder sobre mí, pues ahora estoy vivo conforme lo que guia el Espíritu, que es la verdad. Mi “viejo hombre”, como Pablo llama a la mentalidad de los que no han nacido de nuevo, debe permanecer crucificado con Cristo y la nueva vida a la que he nacido es la vida de Cristo. La vida de Jesús se manifiesta en mi carne mortal (2 Corintios 4:11). Es precisamente por haber nacido del Espíritu, y el Espíritu vive en mí, que tengo el poder para resistir la tentación, y así mismo permanecer crucificado a los deseos de la carne y vivir para Cristo. (Romanos 15:13).

¿Cómo puedo darle mi vida a Jesús?

Un nuevo anhelo
Todo el capítulo de Colosenses 3 es una buena descripción de un cristiano que ha nacido de nuevo, empezando con esto: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria.” Colosenses 3:1-4.
Sé que he nacido de nuevo cuando en mi corazón no deseo nada de esta tierra, sino que solamente tengo un anhelo de servir a Dios y dejar que Él tenga control en mi vida; un anhelo de vivir por la eternidad en lugar de cualquier otra cosa en este mundo; un anhelo como Jesús de “No se haga mi voluntad, sino la tuya.” Lucas 22:42.
Es hasta qué estoy dispuesto a dejar mi propia fuerza, mi propio orgullo, mi necedad y mi habilidad humana que puedo seguir la guía del Espíritu y que Dios puede hacer Su voluntad. Allí encuentro que por el poder del Espíritu, todo es posible; puedo mover montañas en mi vida y lo que pensaba que era imposible, victoria sobre el pecado, se vuelve posible. Estoy siendo transformado; soy una nueva creación, y dejo a Dios formarme y moldearme conforme a la persona que Él quiere que sea.

Viendo el reino de Dios
Ahora veo el reino de Dios. Mis ojos se abren para ver más allá de las cosas terrenales; puedo ver lo que en verdad tiene valor. Con el reino de Dios viene todo lo que es realmente bueno, tanto en en este mundo como en la eternidad. Por eso, buscar el reino de Dios es lo más provechoso que un hombre puede hacer.

“Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza.” Efesios 1:17-19.

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