La mayoría de personas no han pensado mucho acerca de o no
entienden la identidad del Dios que les habló a las personas en el Antiguo
Testamento. Sin embargo, Jesucristo reveló la respuesta claramente.
Muchos creen que el Dios del cual leen en el Antiguo
Testamento es alguien duro y vengador.
Esta perspectiva está basada en una lectura superficial de
algunas historias bien conocidas del Antiguo Testamento. Dios expulsó a Adán y
Eva del jardín del Edén y destruyó la Tierra con el diluvio. Él envió plagas al
antiguo Egipto y dirigió a Israel en la conquista de Canaán, por medio de la
guerra; y castigó a Israel y a Judá por medio de la cautividad en naciones
extranjeras. Muchos interpretan estas cosas como las acciones de un Dios duro
de retribución y justicia.
Por otra parte, muchos ven el Nuevo Testamento de una forma
diferente. Nos habla de Jesucristo, el Hijo de Dios, quien enseñó amor por los
demás, mostró misericordia, sanó multitudes de personas, sostuvo a los niños en
sus brazos y dio su vida como sacrificio, sin oponer resistencia.
Al comparar estos ejemplos, muchos han concluido que el
Padre fue el Dios del Antiguo Testamento —el Dios de justicia y castigo. Jesús,
el Hijo, fue el Dios revelado en el Nuevo Testamento —el Dios de amor y
misericordia. Algunos hasta llegan a creer que Jesús vino para sanar la brecha
entre nosotros y el Padre —liberándonos esencialmente de su restrictiva ley.
Pero la verdad de la Biblia es muy diferente.
¡No podía ser el Padre!
En Juan 1:18, Juan reveló una sorprendente verdad: “A Dios
nadie lo vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha
dado a conocer” (énfasis nuestro añadido). Jesús también dijo en Juan 5:37:
“También el Padre que me envió ha dado testimonio de mí. Nunca habéis oído su
voz, ni habéis visto su aspecto”.
Estas dos escrituras nos enseñan algo importante: el Padre
no ha hablado directamente con ningún ser humano ni nadie lo ha visto nunca.
Pero si miramos en el Antiguo Testamento, vemos muchas
ocasiones en las que Dios trabajó directamente con los seres humanos. (Tenga en
cuenta por ejemplo: Génesis 2:16-17; 6:13-14; 12:1; 17:1; Éxodo 3:4-6; 33:11,
22-23; Números 12:6-8; Deuteronomio 4:33; Jeremías 1:4-10.)
Vemos que en el Antiguo Testamento, un ser divino se encargó
de tratar personalmente con el pueblo; pero según lo que dijo Jesús, el ser
divino no podía haber sido Dios el Padre.
Jesús dijo que Él vino para “revelar” al Padre (Mateo
11:27). Al afirmar que Él era el Hijo de Dios (Juan 10:36), Jesús contradijo
una de las doctrinas más importantes para los judíos —que Dios estaba compuesto
estrictamente por un ser divino. Ellos no entendieron que Dios es realmente una
familia —compuesta por el Padre y el Hijo (Juan 1:18; Romanos 1:4; Filipenses
2:6-11).
Si aquél que se reveló a sí mismo a los patriarcas de Israel
en el Antiguo Testamento no era el Padre —¿quién era entonces?
La preexistencia de Jesucristo
Un estudio cuidadoso de la Biblia muestra claramente que el
Dios que interactuó con los seres humanos en el Antiguo Testamento fue el mismo
que se convirtió en Jesucristo.
La Biblia revela que antes de que Jesús naciera de María, Él
era el que Juan llamaba “el Verbo” (Juan 1:1, 14). Este título describe
perfectamente su papel antes de nacer como un ser humano. “Verbo”, en Juan 1:1,
es una traducción de la palabra griega Logos, que significa “una
palabra” o “algo dicho”. La definición incluye tanto el pensamiento como la
palabra hablada.
El uso de Logos para describir a Jesús antes de su
nacimiento humano nos permite entender su identidad en el Antiguo Testamento.
El verbo era, esencialmente, el ser en la familia de Dios que sirvió como
vocero. Él siempre ha sido responsable de comunicar la voluntad del Padre a los
seres humanos —tanto en la época del Antiguo como del Nuevo Testamento. Cuando
Dios dio su revelación lo hizo por medio del Verbo —quien se convirtió en
Jesucristo o por medio de un ángel. El Padre nunca ha hablado directamente con
los seres humanos.
Jesús explicó claramente su identidad —algunas veces hasta
en su detrimento físico. En Juan 8 Jesús dijo que Él conocía a Abraham (v. 56).
Ya que Abraham había vivido y muerto hacía cerca de dos mil años atrás, esta
afirmación ofendió a los judíos a los que Jesús se estaba refiriendo. Ellos
consideraban blasfemia que un simple hombre (así era como ellos lo veían)
hiciera tal declaración: “…aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a
Abraham?” (v. 57).
Pero la respuesta de Jesús fue aún más asombrosa para ellos:
“De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy” (v. 58).
Sí, Jesucristo afirmaba que Él era antes que Abraham. Pero,
al decir esto, Jesús también nos dio una clave no tan sutil acerca de su
identidad, que no pasó desapercibida en medio de la airada reacción de los
judíos que lo rodeaban. Él se refirió a sí mismo como: “Yo soy”. Esto en
realidad era un título divino de Dios. Cuando Dios se le apareció a Moisés en
el episodio de la zarza ardiendo, Dios se había identificado a sí mismo como:
“YO SOY EL QUE SOY”, “YO SOY” (Éxodo 3:14).
Pero, al identificarse a sí mismo como “YO SOY”, Jesús
afirmó que Él había existido eternamente.
Cristo se identificó a sí mismo como el Dios de Abraham y
Moisés, y aquél que guío a Israel fuera de Egipto (algo que también es afirmado
por el apóstol Pablo en 1 Corintios 10:1-14.)
Cristo era el Creador
Antes de su nacimiento, Jesucristo fue el Dios que creó
todas las cosas. El apóstol Pablo dejó esto en claro en sus escritos.
Leemos que “Dios [El Padre]…creó todas las cosas por medio
de Jesucristo” (Efesios 3:9). Jesucristo, el Verbo, creó “todas las cosas”, el
reino angelical, el universo físico y toda la vida física —por el Padre y bajo
su dirección.
Colosenses 1:16-18 nos revela más funciones del Verbo. No
sólo creó “todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la
tierra”, sino que además gobierna sobre todas las autoridades y poderes que
existen bajo el Padre. Esto significa que Cristo tiene la autoridad sobre todos
los dominios humanos y angelicales. Él existió “antes de todas las cosas” (Él
es eterno) y en Él “todas las cosas subsisten” (v. 17).
La verdad de Jesús como el Creador de todas las cosas
también está enfatizada en 1 Corintios 8:6 y Hebreos 1:2.
Las implicaciones
Hemos sólo rozado la superficie de este tema tan importante.
Hay mucho más que debemos entender acerca de la identidad de Dios el Padre y
Jesucristo. Pero la verdad fundamental es entender que Dios el Padre y
Jesucristo el Hijo existen en total armonía (Juan 10:30). Ellos comparten el
mismo carácter perfecto de amor, verdad, misericordia y gracia.
Aunque el Padre no habló directamente con el pueblo, Él es
mencionado en todo el Antiguo Testamento. (Por ejemplo, tanto el Padre como el
Hijo se hacen evidentes en versículos como Génesis 1:26; 11:7; y Salmo 110:1.)
El Padre ha decidido llevar a cabo su plan con la humanidad por medio de Jesús,
desde el principio hasta el fin.
No sólo el carácter de Dios (tanto el Padre como el Hijo)
son consistentes en todo momento, sino que además, las expectativas que Dios
tiene para los seres humanos también permanecen inalterables. Es vital que cada
uno de nosotros estudie y entienda tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento (1
Corintios 10:11; 2 Timoteo 3:16). La ley espiritual de Dios, resumida para
nosotros en los Diez Mandamientos, ha permanecido
constante y vigente.
Dios el Padre y Jesucristo son realmente “el mismo ayer, y
hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8; Malaquías 3:6).
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