Por:
Pastor R.V.C.
BENDICIONES HERMANOS.
Quizá hayamos
escuchado decir de parte de alguien o de algunos o de muchos, la
posibilidad de que nosotros mismos lleguemos a algún pacto con Dios; y a pesar de que creemos que debemos someternos
a la voluntad de Dios, podría ser, que sigamos pensando en las dos
posibilidades unidas; es decir, pacto con Dios sobre algo que me interesa
personalmente siempre y cuando se haga
su voluntad.
Pensemos en una posibilidad o en un ejemplo de los que
solemos utilizar: -pactaré con Dios
abrir un restaurante y que sea Dios quien
decide, donde lo abro, el color
de las mesas, el menú, la fecha de
apertura etc, etc.
Vamos a revisar la palabra de Dios a fin de poder discernir
si es posible que nosotros hagamos un pacto o un contrato con Dios, bajo el entendido de que si
hablamos de pacto de nosotros y Dios se
entiende que lo es, entre dos partes,
y en el caso de Dios pues obviamente se trataría de un pacto o contrato,
en donde ambos, buscamos una misma finalidad, es decir, un contrato en
donde caminemos juntos buscando la meta, como en una especie de sociedad.
El texto que usaremos, sin lugar a dudas, es Génesis todo el capítulo 15. En tal capítulo
Dios le promete a Abraham que heredará Canaán la tierra que fluye leche y miel, y
ante ello en Génesis 15:8 Abraham pide una
señal.
Dios inmediatamente usa una tradición de los pueblos de ese
tiempo cuando dos personas iban a
establecer un pacto o contrato
entre ellos. Dios le pide a Abraham que busque un becerro, una cabra y un
carnero, todos de tres años y otros animalitos pequeños , específicamente una tórtola
y un palomino, éstos últimos idóneos para expiación y holocaustos para el caso
de personas de bajos recursos.
Esos tres animales grandes se partirían a la mitad y se
colocaría una parte frente a la otra dejando un espacio en medio. Las personas
que pactarían pasarían por entre los pedazos de animales y así el pacto
quedaría totalmente tranzado.
El significado tenía que ver en que si alguno de los pactantes
violaba el pacto sufriría la misma suerte de aquellos animales partidos
(Jeremías 34:18:20).
Parafraseando imaginamos a Abraham decir: -guau… voy a pasar
junto con Dios por entre esos animales. Ya he hecho ese ritual con muchos humanos
pero ahora con Dios en persona….¡vaya, que honor contratar de tú a tú con Dios,
con el Creador de todo el Universo!
Pero… veamos lo que en realidad pasó: pasa y pasa el tiempo
y Dios no llega para pasar junto con Abraham… el tiempo sigue pasando al punto de
que ya las aves de rapiña acechan y Dios no llega….
Empieza a anochecer y Dios no llega…. Anochece totalmente y
Abraham empieza a sentir sueño… y ya de noche, siendo totalmente oscuro
(Génesis 15:17) se ve un horno humeando y una antorcha de fuego que pasaba por
entre los animales divididos.
Vaya… ¿qué fue lo que pasó? Sabemos que a Dios el Padre no
se le puede ver pues la persona moriría. Moisés logra verle una vez sólo el dorso
(Génesis 32:30) y Juan 1:18 nos confirma que “a Dios nadie le vio jamás” en una
clara alusión de que quien se ha mostrado siempre lo ha sido Jesucristo y no el
Padre Celestial.
Vayamos de nuevo al acontecimiento. Es totalmente de noche.
Abraham debe darse cuenta de que Dios pasó por en medio de los animales y por ende,
pasa con una antorcha en su mano (Dios no necesita tal antorcha pero Abraham si
necesita que Dios la use. (El fuego es símbolo de Dios) , pero Abraham no puede
ver a Dios. ¿Cómo Dios logra esto? si duda, con una Teofanía. Ya que con mucho
humo la vista ve difusamente, y para ello el horno humeante.
Abraham no tiene ni la menor duda de que Dios pasó… pero él
no pasó con Dios… Dios pasó totalmente solo y ese día (Génesis 15:18) Dios hizo
pacto con Abraham. Es un pacto donde no participa como socio el ser humano, así
nunca podrá ser un pacto frágil sino totalmente sólido e inviolable pues tiene
la rúbrica del Todopoderoso.
Notemos la diferencia: el pacto no es de Abraham con Dios
sino de Dios con Abraham. El plan es el trazado por Dios nunca por Abraham ni
por nosotros; y además el Pacto con Dios es un Pacto unilateral, es decir, quien
lo planea, quien lo genera y quien lo firma es sólo Dios.
Si deseas abrir un restaurante y ves las posibilidades en
ello pues ábrelo y dobla rodilla delante de Dios para que te proteja de todo
tipo de maldad y de tentaciones en ese trabajo, pero nunca busques caminar junto
con Él en medio de los animales partidos, porque los planes espirituales que
Dios tiene para contigo son de la propia manufactura de Dios y no de nosotros.
Los animalitos pequeños, el palomino y la tórtola, además de
los grandes conforman todos los animales lícitos para ser sacrificables como
ofrendas de paz y para perdón de pecados según Levítico capítulo 3 en adelante.
Los animales grandes los sacrifican los que tienen
posibilidades económicas y los pequeños los pobres, en una clara alusión de que
Dios hará el pacto con la persona quien Él decida, rico o pobre. A Dios no le
importa si tienes una cadena de restaurantes o si vendes empanadas de casa en
casa.
Hay una frase que no está escrita en la biblia, no obstante
sigue los principios bíblicos. Esta frase es: “no se cae ni una hoja de un
árbol sin que Dios lo permita”. Esta frase la dice Don Quijote, la escribió
Cervantes en el libro “Don Quijote de la Mancha”.
Analicemos tal frase: una hoja cae del árbol no porque Dios
está ocupado en ello, sino porque lo permite. Es decir, en otras palabras, hay
muchos eventos que suceden porque Dios los permite, es decir, porque Dios
simplemente no impide que sucedan.
¿Podemos entonces creer que Dios activa su poder para que
nosotros abramos un restaurante y nos vaya bien con Él porque “hicimos un pacto
con el Creador”?
Por supuesto que no. Cuando un futbolista ora a Dios antes
de que inicie un partido de fútbol nunca puede pretender que Dios haga que su
equipo gane. Sólo puede orar para que Dios le proteja ante momentos de posible
peligro y para usar las palabras adecuadas con el árbitro, sus compañeros, sus
rivales y el público.
Nosotros no somos socios de Dios por ende en ningún pacto y
por ende, en todo Pacto que Dios haga con nosotros debemos humillarnos verdaderamente
y decir: “Hágase tu voluntad”.
¡Amén!
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