Hace
más de 2.500 años, el rey Nabucodonosor del Imperio Babilónico dio un mensaje
que sigue siendo importante para nosotros en la actualidad.
Nabucodonosor,
rey de Babilonia durante los años 604 a 561 a.C., es uno de los gobernantes más
infames mencionados en la Biblia. Junto al faraón de Egipto (quien intentó
mantener esclavos a los israelitas), es uno de los monarcas más paganos que se
nombran en las Escrituras, y es conocido por haber hecho mucho daño al pueblo
de Dios. Su infamia se debe a que destruyó la nación de Judá, incluyendo el
templo de Jerusalén, y llevó a miles de judíos cautivos a Babilonia.
Sin
embargo, hay un detalle interesante en la historia de este rey. Si bien
Nabucodonosor fue enemigo de los descendientes de Abraham, también tuvo un
logro impresionante: el contenido de un capítulo entero de la Biblia provino
directamente de él. Así es, Daniel 4 está completamente dedicado a un edicto
pronunciado por este rey, convirtiéndolo así en el único monarca pagano con una
intervención tan extensa en la Biblia.
¿Qué
era tan importante del mensaje de Nabucodonosor para que Dios decidiera
incluirlo en su Palabra? Dado que todas la Escrituras —incluyendo este pasaje
del libro de Daniel— fueron inspiradas por Dios y son “útiles” para nosotros (2
Timoteo 3:16), debió haber existido algo en este edicto que Dios quería que
escucháramos.
Pero
antes de ir a las palabras del antiguo monarca, repasemos un poco el contexto
de su decreto.
Escrito
en arameo
Aunque
la mayor parte del Antiguo Testamento se escribió en hebreo y la mayoría del
Nuevo en griego, hay pequeñas porciones de ambos que fueron escritas en arameo.
El ejemplo más extenso del uso de este idioma en la Biblia se encuentra en el
libro de Daniel e incluye el edicto de Nabucodonosor registrado en el capítulo
4.
Dado
que el libro de Daniel fue escrito durante la cautividad de los judíos en
Babilonia, no es sorpresivo el hecho de que el arameo esté tan presente en este
libro. Este idioma, también conocido como caldeo o lengua de los caldeos, era
la lengua de la antigua Babilonia, y Daniel y sus amigos tuvieron que
aprenderlo como parte de su preparación para servir al rey (Daniel 1:4; 2:4).
Asimismo, el resto de los judíos —en ese entonces súbditos del Imperio Babilónico—
empezaron a aprender y usar este idioma en la vida cotidiana durante la
cautividad.
Según
The International Standard Bible Encyclopedia [Enciclopedia bíblica
estándar internacional], el arameo incluso “remplazó al hebreo como la lengua
hablada por los judíos en palestina” (“Aramaic Language” [“Lengua aramea”]).
Podría decirse entonces que la presencia del hebreo y del arameo en el libro de
Daniel es en parte un reflejo del bilingüismo judío de la época.
Es
más, dado que Babilonia era el mayor imperio del mundo en ese tiempo, el arameo
se conocía como “el lenguaje de los protocolos internacionales” (comentario
acerca de Isaías 36:11, ESV Study Bible [Biblia de estudio versión
inglés estándar]); y siendo un mensaje para “todos los pueblos, naciones y
lenguas que moran en toda la tierra”, tiene sentido que el edicto de
Nabucodonosor se haya escrito en esta lengua (Daniel 4:1).
Una
historia de humillación
La
mayoría de los antiguos reyes paganos se jactaban de erigir monumentos que
proclamaban su poder y éxito militar, y Nabucodonosor no fue la excepción.
Tenía muchos de esos. Pero el edicto del rey en Daniel 4 no sigue para nada el
patrón normal de los reyes, pues, en su mensaje Nabucodonosor no sólo relata un
sueño en el que se confirmaba el prestigio de su reino, sino también la
historia de su humillación personal.
A
la mayoría de las personas (especialmente los reyes) no les gusta hablar de sus
defectos. Sin embargo, por alguna razón —aparentemente porque entendió algo que
pensó que todos debían saber— Nabucodonosor admitió abiertamente un grave error
personal y el castigo que recibió por ello.
Su
castigo fue que se volvió loco; su demencia fue tan grande que perdió la cabeza
por completo y vivió como un animal durante “siete tiempos” —al parecer siete
años (Daniel 4:32-33).
¿Pero
cuál fue la causa de ese castigo? Su orgullo. A través de un sueño Dios le
había advertido al rey acerca de su inminente caída y Daniel, el intérprete del
sueño, le había aconsejado: “tus pecados redime con justicia, y tus iniquidades
haciendo misericordias para con los oprimidos, pues tal vez será eso una
prolongación de tu tranquilidad” (v. 27).
Pero
Nabucodonosor no pudo contenerse. Tan sólo un año después, mientras se paseaba
en su palacio real, “habló el rey y dijo: ¿No es ésta la gran Babilonia que yo
edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi
majestad?” (v. 30).
La
respuesta de Dios fue inmediata: “A ti se te dice, rey Nabucodonosor: El reino
ha sido quitado de ti” (v. 31). De ahí en adelante, Nabucodonosor fue humillado
durante siete años con una terrible enfermedad mental.
El
edicto del rey
El
edicto de Nabucodonosor comienza con el rey dirigiéndose “a todos los pueblos,
naciones y lenguas que moran en toda la tierra” (Daniel 4:1). Era un mensaje
para el mundo entero.
Luego,
tras el deseo de paz que era costumbre en el oriente (v. 1), Nabucodonosor
explica cuál es el propósito de su mensaje: “Conviene que yo declare las
señales y milagros que el Dios Altísimo ha hecho conmigo. ¡Cuán grandes son sus
señales, y cuán potentes sus maravillas! Su reino, reino sempiterno, y su
señorío de generación en generación” (vv. 2-3).
Aunque
desde antes el rey sabía de la existencia de Dios y le había mostrado respeto
en sus interacciones con Daniel y sus tres amigos judíos, tal parece que esta
vez realmente había alcanzado un entendimiento profundo de la supremacía de
Dios. Esa podría ser la razón por la que, en lugar de comenzar su edicto
hablando de su propia grandeza y majestad, se enfocó en el Todopoderoso y lo que
Él había hecho.
Más
adelante, Nabucodonosor continúa relatando que tuvo un sueño, interpretado por
Daniel, donde Dios le advirtió acerca de la inminente enfermedad que sufriría
“hasta que conozcas que el Altísimo tiene dominio en el reino de los hombres, y
que lo da a quien él quiere” (v. 25). En otras palabras, Nabucodonosor debía
reconocer “que el cielo gobierna” (v. 26).
Luego,
el rey confirma que el castigo de Dios efectivamente llegó (v. 33).
Pero
tras su humillante experiencia, y luego de que Dios le devolviera sus
habilidades mentales, Nabucodonosor escribe: “Mas al fin del tiempo yo
Nabucodonosor alcé mis ojos al cielo, y mi razón me fue devuelta; y bendije al
Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive para siempre, cuyo dominio es
sempiterno, y su reino por todas las edades. Todos los habitantes de la tierra
son considerados como nada; y él hace según su voluntad… no hay quien detenga
su mano, y le diga: ¿Qué haces?... él puede humillar a los que andan con
soberbia” (vv. 34-35, 37).
¿Cómo
responderemos?
Los
estudiosos debaten si Nabucodonosor realmente hizo un compromiso profundo y
serio con Dios o no. Por su edicto, al menos es evidente que sí reconoció su
supremacía. Pero la Biblia no dice si el rey dejó sus dioses paganos para
adorar únicamente al Dios verdadero.
Sólo
Dios, quien “conoce los secretos del corazón” (Salmos 44:21; compare con Hechos
15:8) puede juzgar el destino de este rey. Pero, sin importar cuál haya sido el
resultado final, el mensaje de Nabucodonosor para el mundo entero —preservado
para nosotros también— sigue siendo válido. Como Nabucodonosor, cada uno de
nosotros debe reconocer que Dios es supremo, que está llevando a cabo un plan
en la Tierra y que nos juzgará de acuerdo a nuestras acciones.
Obviamente
los elementos más importantes del mensaje de Nabucodonosor están presentes a lo
largo de toda la Biblia. Este rey no fue el único que subrayó estas importantes
instrucciones. Pero en su época él sí se encontraba en una posición
privilegiada para hacer llegar ese mensaje a todo el mundo.
Años
después, Pablo también habló acerca de estos principios en su carta a los
miembros de la Iglesia en Corinto: “Porque es necesario que todos nosotros
comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que
haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2 Corintios
5:10). Y a los miembros de la Iglesia en Roma les recuerda que “todos
compareceremos ante el tribunal de Cristo” (Romanos 14:10).
Aunque
el entendimiento de Nabucodonosor era limitado, su mensaje sigue vigente aun en
la actualidad. De hecho, lo que hay detrás de sus palabras es un aspecto
fundamental del evangelio del Reino de Dios: Dios es supremo, está
desarrollando un plan inminente para salvar a la humanidad, nos juzgará a cada
uno según nuestras obras, y espera que nos arrepintamos humildemente y creamos
en su Palabra.