Algunas personas piensan que Dios es un ser celoso y
despiadado. ¿Se encuentra esta idea en la Palabra de Dios? ¿A qué se refiere la
Biblia cuando dice que Dios es un “Dios celoso”?
Por nuestras propias experiencias, todos sabemos lo que son
los celos desde el punto de vista humano. Comúnmente los celos se entienden
como el resentimiento hacia una persona por tener o disfrutar algo que nosotros
pensamos que debería ser nuestro. Como lo describe Erica Jong, novelista,
poetisa y ensayista: “Los celos son toda la diversión que tú piensas que ellos
tuvieron”.
Pero, ¿es éste el único tipo de celos del que se habla en la
Biblia? ¿Cuál es el celo según Dios?
Un hombre que nos dice que tenía el tipo de celo que Dios
tiene, es el apóstol Pablo.
“El celo según Dios” de Pablo
¿Pensaría usted en el gran apóstol Pablo como alguien que
sentía celos? Pero él dice que los sentía. Veamos el contexto de su
declaración.
En su segundo viaje evangelista, él hizo una parada en la
ruidosa ciudad de Corinto. Mientras vivía en esa ciudad, Pablo conoció de
primera mano las dificultades que los cristianos que vivían en Corinto tenían
que afrontar.
Corinto era una ciudad puerto, rica y multiétnica. Los
negocios de los muelles traían consigo idiomas, ética, culturas y religiones de
todas partes del mundo conocido; y era un centro de adoración pagano. Ahí se
encontraban todos los cultos para los dioses de Egipto, Roma y Grecia.
Se decía que el famoso templo de Venus (también conocida
como Afrodita, la diosa del amor) tenía 1.000 “sacerdotisas” o prostitutas del
templo. La reputación de la ciudad por su inmoralidad sexual rampante era
conocida en todo lado e inspiró el término corintianizar que
significaba “vivir como los corintios; era llevar una vida de promiscuidad y
libertinaje” (William Dwight Whitney, The Century Dictionary and
Cyclopedia: Dictionary [El diccionario del siglo y Enciclopedia:
Diccionario]).
No es de sorprenderse que Pablo tuviera un lugar especial en
su corazón para aquellos que luchaban por mantener su cristiandad a pesar de
todas las dificultades en Corinto. Incluso después de haberse ido de Corinto
para continuar sus viajes, los miembros de esta ciudad estaban con frecuencia
en sus pensamientos.
Las dos cartas que él les escribió a los de Corinto muestra
el profundo amor y preocupación que sentía por ellos —incluso al punto de
corregirlos y tratar de protegerlos.
Los peligros del pecado y de los falsos maestros
Pablo, en su segunda epístola a la iglesia en Corinto, les
recordó que tuvieran cuidado de los falsos profetas y que no creyeran en sus
palabras. Después escribió, “¡Ojalá me toleraseis un poco de locura! Sí,
toleradme. Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado
con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo” (2
Corintios 11:1-2, énfasis añadido).
La palabra “celo” aquí es del griego zelos y puede
ser también un “interés positivo intenso por algo —fervor— ardor, marcado por
un sentido de dedicación” como en 2 Corintios 11:2, o la palabra también puede
hacer referencia a “sentimientos negativos intensos hacia los logros o el éxito
de otra persona, celos, envidia” como en 1 Corintios 3:3 (Frederick William
Danker, Breve léxicogGriego-inglés del Nuevo Testamento).
Pablo sabía que la fidelidad de los corintios hacia el
verdadero Dios estaba amenazada por la prevalencia del pecado en la sociedad y
la influencia de los falsos maestros. Él les habló a los miembros de Corinto
como un padre le habla a su hija que ama y quiere protegerla, porque él los
amaba de la misma manera. Él los estaba cuidando. Dictionary.com define la
palabra celos como “vigilancia en mantener o proteger algo”.
Todos tenemos el deseo de cuidar y proteger algo o a alguien
que nos interesa por todos los medios posibles —ser celosos por ellos
(no celosos de ellos). Éste era el tipo de celos que Pablo sentía por
los de Corinto, y ése es el tipo de celos que Dios siente por sus propios hijos
también.
“Un Dios celoso” incomprendido
Fácilmente los celos de Dios pueden ser malinterpretados
cuando vemos escrituras como la de Éxodo 20:5, que dice en el contexto
del Segundo Mandamiento: “porque yo soy el Eterno tu Dios, fuerte, celoso,
que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación
de los que me aborrecen”.
¡Esto puede sonar a que Dios castiga personas
inocentes! Pero, ¿es eso lo que realmente está diciendo? Esto infundiría terror
antes que amor en lo que entendemos acerca de quién o qué es Dios.
Esta interpretación se contradice directamente con Ezequiel
18, que establece plenamente que el padre que peca será responsable por sí
mismo únicamente y su hijo no tendrá que soportar las consecuencias
espirituales del pecado de su padre. Pero aun así, si el pecador se arrepiente y
“si se apartare de todos sus pecados que hizo, y guardare todos mis estatutos e
hiciere según el derecho y la justicia, de cierto vivirá; no morirá. Todas
las transgresiones que cometió, no le serán recordadas; en su justicia que hizo
vivirá” (Ezequiel 18:21-22).
Un padre amoroso corrige a su hijo cuando hace algo malo o
insiste en una actividad que es peligrosa, porque los padres quieren lo mejor
para sus hijos. Lo mismo hace Dios.
El contexto de Éxodo 20 muestra que Dios estaba preocupado
porque su pueblo empezara a adorar ídolos y falsos dioses, alejándolos del
conocimiento del único Dios verdadero y llevándolos al pecado. El pasaje en
Éxodo 20 dice que Dios visitará “la maldad de los padres sobre los hijos hasta
la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen [que continúan
en pecado], y hago misericordia a millares de los que me aman y guardan mis
mandamientos” (versículos 5-6).
Aunque Dios no castiga a las futuras generaciones por los
pecados de sus predecesores, existe una tendencia a continuar con el pecado de
una generación a otra, a menudo hasta la tercera o cuarta generación siguiente.
Por ejemplo, démonos cuenta de esta conexión en Levítico
26:39: “Y los que queden de vosotros decaerán en las tierras de vuestros
enemigos por su iniquidad; y por la iniquidad de sus padres decaerán con
ellos”. En muchas ocasiones, los hijos siguen los malos ejemplos de los padres;
ese es el significado de esta declaración.
El Dios amoroso del Antiguo Testamento
La gente a menudo piensa en “el Dios del Antiguo Testamento”
como un juez tirano e injusto —de pronto como un Dios mostrando celos de una
forma humana. Pero con una rápida ojeada a unas pocas escrituras se puede
rebatir ese argumento.
“El Eterno está en medio de ti, Poderoso, él salvará; se
gozará sobre ti con alegría, callará de amor, se regocijará sobre ti con
cánticos” (Sofonías 3:17).
“Más tú, Señor, Dios misericordioso y clemente, Lento para
la ira, y grande en misericordia y verdad” (Salmos 86:15).
“Así dijo el Eterno: No se alabe el sabio en su sabiduría,
ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus
riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y
conocerme, que yo soy el Eterno, que hago misericordia, juicio y justicia en la
tierra; porque estas cosas quiero, dice el Eterno” (Jeremías 9:23-24).
La hermosa palabra misericordia implica piedad,
bondad, gracia, generosidad y perdón. ¿Suena esto a un Dios severo y airado que
no siente amor por usted? Él no es un Dios celoso de la misma manera que el ser
humano es celoso de una forma egoísta.
Y del Nuevo Testamento
La bondad y el amor de Dios están ejemplificados a lo largo
de todo el Nuevo Testamento. Jesucristo nos dice, “Porque de tal
manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo
aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
El apóstol Pablo también escribió mucho acerca del amor de
Dios.
¿Qué hizo que Pablo siguiera delante a pesar de todo lo que
le hicieron los demás? El conoció el amor, la misericordia y la fidelidad de
Dios, y él confió en Dios. Pablo lo resume en su carta a los cristianos que
vivían en Roma:
“Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por
medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte,
ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo
por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos
podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”
(Romanos 8:37-39).
Crecer para entender el amor de Dios
Como discípulos de Jesucristo, Jacobo y Juan eran celosos y
fervientes por Dios. Incluso Cristo los llamaba “hijos del trueno” (Marcos
3:17). Pero Jesús les mostró que sus celos acalorados estaban equivocados.
Cuando una aldea en Samaria se rehusó a recibir a Jesús, Jacobo y Juan
airadamente querían hacer llover fuego del cielo y destruir a toda la ciudad.
Rápidamente Jesús los corrigió por su actitud airada e
impetuosa: “Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; porque el Hijo del
Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas”
(Lucas 9:55-56).
Esta llamada de atención debió haber dejado una profunda
impresión en Juan. El discípulo conocido como “hijo del trueno” más adelante se
convirtió en el discípulo del amor. En el Evangelio y las epístolas que llevan
su nombre, obtenemos bastante conocimiento de la naturaleza del amor de Dios.
A medida que empezamos a conocer a Dios más a fondo y a
entender su amor, nuestra reacción natural debería ser amarlo de la misma
manera y aprender a ponerlo siempre primero que todo. Nosotros lo amamos porque
Él nos amó primero (1 Juan 4:19). Incluso cuando éramos pecadores, Dios envió a
su hijo para que así nosotros pudiéramos vivir. Romanos 5:8 dice: “Mas Dios
muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió
por nosotros”.
Es obvio que Dios no quiere que le demos la espalda a Él o
que pisoteemos el sacrificio de “el hijo de Dios” (Hebreos 10:29). Él es celoso
con nosotros por nuestro propio bien —porque Él nos ama.
Juan, el apóstol del amor, al escribir en su primera
epístola, nos muestra cómo el amor de Dios comienza a trabajar en nosotros, “En
esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y
guardamos sus mandamientos. Pues este es el amor a Dios, que
guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5:2-3).
Esto nos lleva de regreso a lo que se nos dice en el Segundo
Mandamiento, ese Dios es un “Dios celoso” que muestra “misericordia a millares,
a los que me aman y guardan mis mandamientos”. Dios sabe que si guardamos sus
mandamientos vamos a recibir bendiciones y si los quebrantamos nos traerá
dolor, así que aparte de los celos según Dios —y del amor— Él desea enormemente
que le obedezcamos.
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