Tener
esperanza es confiar en que algo bueno está por venir. Pero hoy en día muchas
personas han perdido la esperanza por completo. ¿Habrá realmente esperanza de
un mejor futuro para la humanidad?
Tener
esperanza es algo maravilloso —especialmente si podemos estar seguros de que
nuestro anhelo se hará realidad. El problema surge cuando ponemos nuestra
esperanza en algo inalcanzable, como hacernos millonarios de la noche a la
mañana jugando a la lotería o algún otro juego de azar. Claramente, un deseo de
este tipo no se cumplirá con facilidad. ¿Dónde debemos poner nuestra esperanza
entonces?
¿Qué
le pasa a usted? ¿Tiene alguna esperanza que le ayude a soportar sus problemas,
pruebas o dificultades? Muchas personas no la tienen. Lamentablemente, el mundo
está lleno de personas que se sienten ahogadas por situaciones que están fuera
de su control.
¿Dónde
está la solución? ¿Habrá alguna esperanza cierta a la cual podamos aferrarnos?
Según
la palabra de Dios, sí la hay.
La
esperanza eterna y su gran enemigo
Como
veremos, la única esperanza real de la humanidad está en Cristo y en la
posibilidad de ser hijos eternos de Dios por medio de Él. Pero a través de la
historia, esta esperanza ha sido distorsionada y negada incontable número de
veces.
Actualmente,
la mayoría de los religiosos creen en la vida después de la muerte de
una forma u otra. Pero por extraño que parezca, ya en el tiempo de Jesucristo
existía una secta judía —los saduceos— que no creía en la resurrección de los
muertos. (Hechos 23:8)
Según Flavio
Josefo, importante historiador judío del primer siglo, los saduceos creían que:
El
destino no existe.
El
hombre pude decidir libremente entre el bien y el mal, tiene libre albedrío.
El
alma no es inmortal y por lo tanto no hay vida después de la muerte.
No hay
recompensas ni castigos después de la muerte.
Esta
lista nos hace pensar que los saduceos no tenían ninguna esperanza más allá de
esta vida; al parecer, la muerte era la última palabra según ellos. Pero tal
idea es completamente opuesta al mensaje de esperanza que Cristo vino a dar: la
promesa de vida eterna en el Reino de Dios.
Hubo
también otras falsas creencias sobre el “más allá” que lograron introducirse
incluso en la Iglesia del Nuevo Testamento. En cierta ocasión, por ejemplo,
existieron dos hombres cuya “palabra carcomerá como gangrena; de los cuales son
Himeneo y Fileto, que se desviaron de la verdad, diciendo que la resurrección
ya se efectuó, y trastornan la fe de algunos” (2 Timoteo 2:17-18).
¿La
razón? Satanás el diablo —engañador del mundo entero (Apocalipsis 12:9)—
siempre ha intentado cegar a la humanidad ante la única esperanza real que
podemos tener: la esperanza en Cristo. La verdad sobre la resurrección ha sido
tan tergiversada y ridiculizada porque Satanás odia el maravilloso futuro que
Dios tiene preparado para nosotros por medio de esa resurrección. Y sin duda
hará todo lo posible por quitarnos esta grandiosa esperanza eterna.
El
mensaje de esperanza y los testigos de la resurrección
Parte
del plan de Dios consiste en revelar la verdad sobre la resurrección y la
esperanza de vida eterna a toda la humanidad en el momento apropiado (2 Pedro
3:9). De hecho, ésta era una de las tareas de los 12 apóstoles originales.
Todos ellos estuvieron con Cristo durante los tres años y medio de su
ministerio en la tierra y podían dar fe de que fue un ser humano de carne y
hueso igual que ellos. Luego presenciaron su crucifixión, y pudieron atestiguar
que murió y fue enterrado.
Pero
la historia no termina ahí. Tres días después, los apóstoles se encontraron con
Jesucristo nuevamente —vivo y andando entre ellos. Así, también fueron testigos
de que era el Hijo de Dios. Y desde entonces estos hombres se dedicaron a dar
testimonio de su esperanza, confirmada por la resurrección de Jesucristo y
por haberlo visto ascender al cielo con sus propios ojos (Hechos 1:11; Juan
16:20-22).
La
resurrección de Cristo hizo posible nuestra eventual resurrección, y Dios
quería que este mensaje se proclamase con autoridad. “Y con gran poder los
apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante
gracia era sobre todos ellos” (Hechos 4:33). Es más, muchos de los apóstoles,
al igual que incontables convertidos, dieron su vida por el testimonio de su
esperanza eterna en Cristo. Para ellos, la gloria de la vida eterna era mucho
más grande que cualquier dificultad en esta vida.
Promesa
de gloria futura
Como
el apóstol Pablo explica en Colosenses 1:26-27, éste es un gran misterio que
Dios ha decidido revelar a sus santos, el cuerpo de Cristo: “el misterio que
había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido
manifestado a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la
gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la
esperanza de gloria”.
Nuestra
esperanza en Cristo es algo tan grande y valioso que más adelante Pablo
expresa: “todo lo soporto por amor de los escogidos, para que ellos también
obtengan la salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna” (2 Timoteo
2:10).
Esperar
en Cristo es creer en la promesa de una vida eterna y glorificada junto a Él,
teniendo su misma naturaleza (1 Juan 3:1-3). Éste es el gran misterio que la
mayoría de la gente ignora por ahora y que Dios ha revelado a sus escogidos.
“...el
Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de
sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de
vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha
llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos”
(Efesios 1:17-18).
Saber
lo que ocurrirá después de la muerte nos da una esperanza maravillosa;
afortunadamente, la muerte no es la última palabra después de todo.
La
verdad sobre nuestro futuro es un gran consuelo en los momentos difíciles.
Cuando Pablo reveló a los tesalonicenses lo que ocurre después de la muerte,
también les explicó que este conocimiento aliviaría la tristeza que sentían por
la pérdida de sus seres queridos: “Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis
acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no
tienen esperanza” (1 Tesalonicenses 4:13).
Luego
les habló sobre la resurrección que ocurrirá cuando Cristo descienda a la
tierra al sonido de la séptima trompeta. Y concluyó diciendo: “Por tanto,
alentaos los unos a los otros con estas palabras” (v. 18).
Palabras
de mucho consuelo, ¿no es así? Sin duda que lo son. Están llenas de esperanza
de vida después de la muerte y de que Cristo finalmente regresará para
establecer el gobierno de Dios en la tierra y poner al mundo entero bajo su
autoridad. “El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el
cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de
su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 11:15).
¿En
qué consiste la esperanza en Cristo?
¿Qué
significa exactamente tener esperanza en Cristo? En parte, significa tener
esperanza en sus promesas. Cristo hizo muchas promesas a sus discípulos cuando
vino por primera vez a la tierra, y una de ellas tiene que ver con su regreso:
“si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo,
para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:3). Esta promesa es
la base del mensaje del evangelio: que Cristo regresará para gobernar la tierra
y compartir su herencia con los santos resucitados (Romanos 8:17).
¿Nos
da esto esperanza? ¿Creemos realmente en las promesas que estamos leyendo?
Qué
insustancial y vacía sería la vida si no hubiese esperanza después de la
muerte. Con tanta gente que ha vivido en dolor, tristeza y frustración a través
de la historia humana, ¡qué cruel sería si esta vida fuera lo único que hay!
Afortunadamente, la
Biblia es un libro lleno de esperanza —una esperanza que va mucho más allá
de lo que pudiéramos imaginar. Sí, habrá vida después de la muerte por medio de
la resurrección. Y Pablo estaba tan seguro de ello que no le importó correr
peligro de martirio y prisión por proclamar la fe que podemos tener en que Dios
ha preparado algo muy especial para nosotros más allá de esta vida. Su
esperanza no era en esta vida solamente; tenía la mirada puesta en lo que
viene después.
Gloria
después de la resurrección
Ahora
podemos entender lo que Pablo dijo en 1 Corintios 15:12-19: “Pero si se
predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre
vosotros que no hay resurrección de muertos? Porque si no hay resurrección de
muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces
nuestra predicación, vana es también vuestra fe. Y somos hallados falsos
testigos de Dios; porque hemos testificado de Dios que él resucitó a Cristo, al
cual no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan.
“Porque
si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó,
vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que
durmieron en Cristo perecieron. Si en esta vida solamente esperamos en Cristo,
somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres”.
Nuestra
verdadera esperanza en Cristo no se aplica a esta vida solamente. Es a la vida
que viene después y el increíble futuro que nos espera por medio de Él. “El
Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y
si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es
que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.
Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son
comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos
8:16-18).
Pablo
nos da más detalles acerca de esto en el capítulo de la resurrección, donde
explica que incluso nuestros cuerpos serán transformados de mortal a inmortal,
de físicos a espirituales ((1 Corintios 15:35-58).
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