sábado, 28 de marzo de 2020

El más grande sacrificio de todos



Muchos mártires han dado su vida por algo que creían. Pero hay un sacrificio que los sobrepasa a todos —el de nuestro Creador. ¿Por qué fue hecho?
¡“Jesús murió por sus pecados”! Ésta es una frase que hemos escuchado muchas veces, pero, ¿realmente ha considerado lo que sucedió ese día hace casi 2.000 años, en una colina solitaria afuera de Jerusalén? ¿Ha pensado en lo que esto significó para nosotros?
En Romanos 5:7 Pablo escribió: “Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno”.
Sí, algunas veces vemos que alguien muere por otra persona o por las creencias que tiene. Un ejemplo conmovedor ocurrió el 20 de junio de 2009, cuando una joven iraní llamada Neda fue herida en el pecho por una bala perdida durante una manifestación en las calles de Teherán. Todo fue captado en video y éste le dio la vuelta al mundo.
En pocas horas, millones fueron testigos de los últimos momentos de su vida. Usted podía ver el temor en sus ojos que parecían decir: “¿Qué me está pasando?”. En pocos minutos estaba muerta en medio de un charco de sangre. Aunque Neda no salió ese día a las calles pensando que iba a morir, fue proclamada mártir por la libertad iraní.
A los cristianos no les es extraño el sacrificio
Uno de los más famosos libros en la literatura cristiana es Book of Martyrs [Libro de los mártires de Fox] de Fox, escrito por John Fox (o Foxe) en el siglo XVI para registrar la historia de los mártires cristianos después de la fundación de la Iglesia. El libro comienza con el relato de Hechos 7 acerca de Esteban, falsamente acusado de blasfemia. Después de dar un poderoso mensaje de defensa que condenaba a sus acusadores, Esteban sufrió la horrible muerte por lapidación y se convirtió en el primer mártir por el nombre de Cristo.
Luego, Fox registra la tradición de que Santiago, el hijo de Zebedeo y discípulo de Jesucristo, fue decapitado. Felipe fue azotado, puesto en prisión y luego crucificado. Santiago, el hermano de Jesús, “a la edad de 94 años fue azotado y lapidado por los judíos; finalmente sus sesos salieron volando”. Pedro fue crucificado, y Pablo fue decapitado. Hasta donde sabemos, Juan fue el único de los 12 apóstoles originales que no sufrió el martirio.

Un sacrificio sin pecado
A lo largo de la historia, muchas personas han hecho sacrificios notables, incluso heroicos, y han dado su propia vida por algo. Pero aun los hombres y mujeres que murieron en el nombre de Cristo, aunque eran justos, no pueden ser contados como el sacrificio más grande de todos. Esta distinción le corresponde a alguien más.
Volviendo a la declaración de Pablo en Romanos 5, en el versículo 8 continúa diciendo: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”.
Solamente un individuo fue perfecto, sin pecado y completamente inocente, y sin embargo estuvo dispuesto a dar su vida por la causa más grande de todas  —dar su vida como sacrificio para que toda la humanidad pudiera vivir. Él era el Hijo de Dios y Él dio su vida por los pecados del mundo (Juan 3:16).
Cristo no murió solamente por sus amigos. Pablo recalcó en Romanos 5:6 que “Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos”. Y otra vez en Romanos 6:10: “Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas”.
Nadie más podría morir por esta causa —hacer posible el perdón de pecados, la liberación del pecado y hacer posible la reconciliación de toda la humanidad con Dios. El sacrificio de  Cristo fue y siempre será el mayor sacrificio que se haya hecho.
Para entender este sacrificio, debemos entender quién era Cristo
¿Quién era Jesucristo? En su libro More Than a Carpenter [Más que un carpintero], Josh McDowell dice que cuando uno examina las afirmaciones de Jesús y de sus seguidores y testigos, sólo tenemos tres opciones: Jesús era un mentiroso, o era un loco o era nuestro Señor.
Es importante lo que sabemos. Muchos años después de que Jesús muriera y fuese resucitado, el apóstol Pablo advirtió acerca de otros que ya estaban predicando “otro Jesús” (2 Corintios 11:4). Esto es exactamente lo que vemos en la actualidad. El Jesús que se predica hoy no es el que vemos en la Biblia, no tiene nada que ver ni con su apariencia ni con su doctrina.
Actualmente Jesús es representado comúnmente como una persona débil, de cabello largo, con apariencia afeminada. ¿Es éste el verdadero Jesús, el hijo del carpintero que vivió en Judea en el primer siglo? En años recientes han aparecido artículos que muestran cuál podría haber sido la apariencia de un judío promedio del primer siglo, y no tiene nada que ver con los cuadros y los íconos de Jesús que hemos visto en las iglesias y catedrales en la actualidad. Según los registros bíblicos e históricos, estas descripciones sencillamente no son acertadas.
Lo que sabemos por las Escrituras es que el Verbo, aquel que nació de una virgen como Jesucristo nuestro Salvador, fue “Dios con nosotros” (Mateo 1:23), y Dios “manifestado en la carne” (1 Timoteo 3:16). En Juan 1 se nos dice que “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”, y que “Todas las cosas por él fueron hechas” (vv. 1 y 3).
Sin embargo, Él “… se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:7-8). Por su sacrificio sin egoísmo, “…somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre” (Hebreos 10:10).
La crucifixión de Jesucristo
Analicemos los eventos que rodearon su crucifixión. En la primavera del año 31 d.C., justo alrededor de la medianoche, unas pocas horas después de la celebración de la Pascua, soldados y oficiales religiosos arrestaron a Jesús. Lo llevaron primero ante Anás (Juan 18:13), después ante el sumo sacerdote anterior, luego ante Caifás (v. 24), el sumo sacerdote vigente, y finalmente ante el Sanedrín o concilio.
Los dos sumos sacerdotes y el Sanedrín lo condenaron a muerte, pero necesitaban la aprobación de las autoridades romanas. Entonces, Jesús fue acusado de blasfemia y llevado ante Pilato, el gobernador romano vigente.
Pilato lo envió a Herodes, quien lo interrogó y luego lo devolvió a Pilato. Finalmente, Pilato dio su aprobación y Jesús fue crucificado alrededor de las 9 a.m. (Marcos 15:25), en la mañana del día de la Pascua. Esto ocurrió después de nueve horas de interrogatorio, burlas y azotes. Casi seis horas después el Mesías e Hijo de Dios murió en una colina llamada Gólgota (Juan 19:17), justo afuera de los muros de Jerusalén. Por ser Dios en la carne, su sacrificio fue un acontecimiento crucial y el suceso más importante de la historia humana.
¿Cómo podía morir Dios? Éste es un concepto difícil de entender para nosotros, pero creemos lo que las Escrituras nos dicen: Él murió y su cuerpo fue puesto “en el corazón de la tierra”, la tumba, “tres días y tres noches” (Mateo 12:40).
La Pascua nos conecta con la muerte de Jesucristo
Cada año al atardecer del día 14 del primer mes (Nisán o Abib) en el calendario hebreo, Dios instruye a su pueblo a participar en el servicio anual de la Pascua para recordar y conmemorar la muerte de Jesús.
Pablo declara que debemos participar en este servicio de una manera digna porque el que lo haga de una manera indigna “será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor” (1 Corintios 11:27). Ninguno de nosotros es “digno” del sacrificio de Cristo, pero Pablo simplemente está explicando que debemos tomar la Pascua de una forma digna, después de dedicar el tiempo necesario para reflexionar seriamente en lo que esto significa para nosotros.
El servicio de la Pascua también incluye la ceremonia del lavado de pies, descrita en Juan 13, que simboliza nuestra disposición a servirnos los unos a los otros como Cristo nos sirvió.
Luego Pablo les explicó a los Corintios: “Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí. Así pues, todas las veces que comiereis de este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” (1 Corintios 11:23-26).
A través de esta sencilla y a la vez profunda conmemoración, los fieles cristianos proclaman la muerte de Jesucristo. ¿Qué podemos decir de su resurrección? Ciertamente, debemos reconocer la importancia de la resurrección, pero el mandamiento bíblico es celebrar anualmente la Pascua y proclamar la muerte de Jesús.
Uno se pregunta al ver a la mayoría del mundo cristiano ocupado en celebrar el Domingo de resurrección, ¿por qué las personas le ponen tan poco cuidado al hecho de que la Biblia en ningún lugar dice que celebremos la resurrección de Cristo?
Por otra parte, cuando los miembros bautizados de la Iglesia de Dios se reúnen cada año para la Pascua, la atmósfera del servicio es solemne. No es que no tengamos gozo y gratitud por lo que Cristo hizo, sino que estamos reflexionando en su muerte —la muerte de nuestro Salvador, Jesucristo, cuyo sacrificio hizo posible para cada uno de nosotros ser reconciliado con Dios. Nuestros pecados, que nos separan de Dios, son removidos por este acto de amor.
Hay mucho más que podemos decir del sacrificio de Jesucristo. Todo cambió ese día.
En los años que siguieron a la crucifixión y resurrección de Jesús, sus discípulos revolucionaron el mundo con su mensaje (Hechos 17:6), y muchos murieron por ello. Su convicción y ánimo pueden ser rastreados hasta el momento en que el Padre resucitó a Jesús de entre los muertos, confirmando su aceptación del sacrificio de Cristo (Hechos 2:23-24), en la colina fuera de Jerusalén.

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