Muchos mártires han
dado su vida por algo que creían. Pero hay un sacrificio que los sobrepasa a
todos —el de nuestro Creador. ¿Por qué fue hecho?
¡“Jesús murió por sus
pecados”! Ésta es una frase que hemos escuchado muchas veces, pero, ¿realmente
ha considerado lo que sucedió ese día hace casi 2.000 años, en una colina
solitaria afuera de Jerusalén? ¿Ha pensado en lo que esto significó para
nosotros?
En Romanos 5:7 Pablo
escribió: “Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera
ser que alguno osara morir por el bueno”.
Sí, algunas veces
vemos que alguien muere por otra persona o por las creencias que tiene. Un
ejemplo conmovedor ocurrió el 20 de junio de 2009, cuando una joven iraní
llamada Neda fue herida en el pecho por una bala perdida durante una
manifestación en las calles de Teherán. Todo fue captado en video y éste le dio
la vuelta al mundo.
En pocas horas,
millones fueron testigos de los últimos momentos de su vida. Usted podía ver el
temor en sus ojos que parecían decir: “¿Qué me está pasando?”. En pocos minutos
estaba muerta en medio de un charco de sangre. Aunque Neda no salió ese día a
las calles pensando que iba a morir, fue proclamada mártir por la libertad
iraní.
A los cristianos no
les es extraño el sacrificio
Uno de los más
famosos libros en la literatura cristiana es Book of Martyrs [Libro
de los mártires de Fox] de Fox, escrito por John Fox (o Foxe) en el siglo XVI
para registrar la historia de los mártires cristianos después de la fundación
de la Iglesia. El libro comienza con el relato de Hechos 7 acerca de Esteban,
falsamente acusado de blasfemia. Después de dar un poderoso mensaje de defensa
que condenaba a sus acusadores, Esteban sufrió la horrible muerte por
lapidación y se convirtió en el primer mártir por el nombre de Cristo.
Luego, Fox registra
la tradición de que Santiago, el hijo de Zebedeo y discípulo de Jesucristo, fue
decapitado. Felipe fue azotado, puesto en prisión y luego crucificado.
Santiago, el hermano de Jesús, “a la edad de 94 años fue azotado y lapidado por
los judíos; finalmente sus sesos salieron volando”. Pedro fue crucificado, y
Pablo fue decapitado. Hasta donde sabemos, Juan fue el único de los 12
apóstoles originales que no sufrió el martirio.
Un sacrificio sin
pecado
A lo largo de la
historia, muchas personas han hecho sacrificios notables, incluso heroicos, y
han dado su propia vida por algo. Pero aun los hombres y mujeres que murieron
en el nombre de Cristo, aunque eran justos, no pueden ser contados como el
sacrificio más grande de todos. Esta distinción le corresponde a alguien más.
Volviendo a la
declaración de Pablo en Romanos 5, en el versículo 8 continúa diciendo: “Mas
Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo
murió por nosotros”.
Solamente un
individuo fue perfecto, sin pecado y completamente inocente, y sin embargo
estuvo dispuesto a dar su vida por la causa más grande de todas —dar su
vida como sacrificio para que toda la humanidad pudiera vivir. Él era el Hijo
de Dios y Él dio su vida por los pecados del mundo (Juan 3:16).
Cristo no murió
solamente por sus amigos. Pablo recalcó en Romanos 5:6 que “Porque Cristo,
cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos”. Y otra vez en
Romanos 6:10: “Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas”.
Nadie más podría
morir por esta causa —hacer posible el perdón de pecados, la liberación del
pecado y hacer posible la reconciliación de toda la humanidad con Dios. El
sacrificio de Cristo fue y siempre será el mayor sacrificio que se haya
hecho.
Para entender este
sacrificio, debemos entender quién era Cristo
¿Quién era
Jesucristo? En su libro More Than a Carpenter [Más que un
carpintero], Josh McDowell dice que cuando uno examina las afirmaciones de
Jesús y de sus seguidores y testigos, sólo tenemos tres opciones: Jesús era un
mentiroso, o era un loco o era nuestro Señor.
Es importante lo que
sabemos. Muchos años después de que Jesús muriera y fuese resucitado, el
apóstol Pablo advirtió acerca de otros que ya estaban predicando “otro Jesús”
(2 Corintios 11:4). Esto es exactamente lo que vemos en la actualidad. El Jesús
que se predica hoy no es el que vemos en la Biblia, no tiene nada que ver ni
con su apariencia ni con su doctrina.
Actualmente Jesús es
representado comúnmente como una persona débil, de cabello largo, con
apariencia afeminada. ¿Es éste el verdadero Jesús, el hijo del carpintero que
vivió en Judea en el primer siglo? En años recientes han aparecido artículos
que muestran cuál podría haber sido la apariencia de un judío promedio del
primer siglo, y no tiene nada que ver con los cuadros y los íconos de Jesús que
hemos visto en las iglesias y catedrales en la actualidad. Según los registros
bíblicos e históricos, estas descripciones sencillamente no son acertadas.
Lo que sabemos por
las Escrituras es que el Verbo, aquel que nació de una virgen como Jesucristo
nuestro Salvador, fue “Dios con nosotros” (Mateo 1:23), y Dios “manifestado en
la carne” (1 Timoteo 3:16). En Juan 1 se nos dice que “En el principio era el
Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”, y que “Todas las cosas
por él fueron hechas” (vv. 1 y 3).
Sin embargo, Él “… se
despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y
estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente
hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:7-8). Por su sacrificio sin
egoísmo, “…somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo
hecha una vez para siempre” (Hebreos 10:10).
La crucifixión de
Jesucristo
Analicemos los
eventos que rodearon su crucifixión. En la primavera del año 31 d.C., justo
alrededor de la medianoche, unas pocas horas después de la celebración de la
Pascua, soldados y oficiales religiosos arrestaron a Jesús. Lo llevaron primero
ante Anás (Juan 18:13), después ante el sumo sacerdote anterior, luego ante
Caifás (v. 24), el sumo sacerdote vigente, y finalmente ante el Sanedrín o
concilio.
Los dos sumos
sacerdotes y el Sanedrín lo condenaron a muerte, pero necesitaban la aprobación
de las autoridades romanas. Entonces, Jesús fue acusado de blasfemia y llevado
ante Pilato, el gobernador romano vigente.
Pilato lo envió a
Herodes, quien lo interrogó y luego lo devolvió a Pilato. Finalmente, Pilato
dio su aprobación y Jesús fue crucificado alrededor de las 9 a.m. (Marcos
15:25), en la mañana del día de la Pascua. Esto ocurrió después de nueve horas
de interrogatorio, burlas y azotes. Casi seis horas después el Mesías e Hijo de
Dios murió en una colina llamada Gólgota (Juan 19:17), justo afuera de los
muros de Jerusalén. Por ser Dios en la carne, su sacrificio fue un
acontecimiento crucial y el suceso más importante de la historia humana.
¿Cómo podía morir
Dios? Éste es un concepto difícil de entender para nosotros, pero creemos lo
que las Escrituras nos dicen: Él murió y su cuerpo fue puesto “en el corazón de
la tierra”, la tumba, “tres días y tres noches” (Mateo 12:40).
La Pascua nos conecta
con la muerte de Jesucristo
Cada año al atardecer
del día 14 del primer mes (Nisán o Abib) en el calendario hebreo, Dios instruye
a su pueblo a participar en el servicio anual de la Pascua para recordar y
conmemorar la muerte de Jesús.
Pablo declara que
debemos participar en este servicio de una manera digna porque el que lo haga
de una manera indigna “será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor” (1
Corintios 11:27). Ninguno de nosotros es “digno” del sacrificio de Cristo, pero
Pablo simplemente está explicando que debemos tomar la Pascua de una forma
digna, después de dedicar el tiempo necesario para reflexionar seriamente en lo
que esto significa para nosotros.
El servicio de la
Pascua también incluye la ceremonia del lavado de pies, descrita en Juan 13,
que simboliza nuestra disposición a servirnos los unos a los otros como Cristo
nos sirvió.
Luego Pablo les
explicó a los Corintios: “Porque yo recibí del Señor lo que también os he
enseñado: que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo
dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por
vosotros es partido; haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la
copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi
sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí. Así
pues, todas las veces que comiereis de este pan, y bebiereis esta copa, la
muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” (1 Corintios 11:23-26).
A través de esta
sencilla y a la vez profunda conmemoración, los fieles cristianos proclaman la
muerte de Jesucristo. ¿Qué podemos decir de su resurrección? Ciertamente,
debemos reconocer la importancia de la resurrección, pero el mandamiento
bíblico es celebrar anualmente la Pascua y proclamar la muerte de Jesús.
Uno se pregunta al
ver a la mayoría del mundo cristiano ocupado en celebrar el Domingo de resurrección,
¿por qué las personas le ponen tan poco cuidado al hecho de que la Biblia en
ningún lugar dice que celebremos la resurrección de Cristo?
Por otra parte,
cuando los miembros bautizados de la Iglesia de Dios se reúnen cada año para la
Pascua, la atmósfera del servicio es solemne. No es que no tengamos gozo y
gratitud por lo que Cristo hizo, sino que estamos reflexionando en su muerte
—la muerte de nuestro Salvador, Jesucristo, cuyo sacrificio hizo posible para
cada uno de nosotros ser reconciliado con Dios. Nuestros pecados, que nos
separan de Dios, son removidos por este acto de amor.
Hay mucho más que
podemos decir del sacrificio de Jesucristo. Todo cambió ese día.
En los años que
siguieron a la crucifixión y resurrección de Jesús, sus discípulos
revolucionaron el mundo con su mensaje (Hechos 17:6), y muchos murieron por
ello. Su convicción y ánimo pueden ser rastreados hasta el momento en que el
Padre resucitó a Jesús de entre los muertos, confirmando su aceptación del
sacrificio de Cristo (Hechos 2:23-24), en la colina fuera de Jerusalén.
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