A veces lo que parece ser un golpe terrible o una trágica
derrota puede convertirse en un trampolín hacia grandes éxitos. ¡Dios puede
transformar nuestras pruebas en bendiciones!
El 19 de septiembre de 1967 en Flint, Michigan, un bebé vio
la luz por primera vez. Sin duda, sus padres ansiaban su llegada, pero
lamentablemente recibieron una triste sorpresa cuando el bebé hizo su debut.
Había nacido con un defecto de nacimiento: no tenía su mano derecha, sólo tenía
un brazo que terminaba en un muñón a la altura de la muñeca.
A medida que el pequeño crecía, era como muchos niños
estadounidenses de su edad: comía, dormía y respiraba beisbol. Yo, siendo un
poco mayor, recuerdo que solía recorrer incontables kilómetros en mi bicicleta
con un guante de beisbol amarrado al manubrio para llegar y volver de mis
prácticas de las ligas pequeñas.
Este pequeño, como tantos otros, soñaba con triunfar y
llegar a las grandes ligas, específicamente como lanzador. Pero ¿qué tan
realista era su sueño teniendo una sola mano?
Jim Abbott nunca se rindió.
Seguramente los grandes fanáticos del beisbol ya sabrán a
quién me refiero: el niño sin una mano era nada menos que Jim Abbott. Cuando
joven, Abbott pasaba incontables horas lanzando una pelota de plástico contra
la pared. Descansaba su guante en el muñón de su brazo derecho, luego lanzaba
la pelota, y aprendió a ponerse el guante en la mano izquierda lo
suficientemente rápido como para poder recibir la pelota de vuelta. Trabajó
incansablemente para perfeccionar esta técnica, y así logró afinar sus reflejos
y coordinación a niveles increíbles.
Cuando llegó a la secundaria, Abbott era lo suficientemente
bueno como para entrar a un equipo, y no sólo lanzaba, sino que además bateaba
sin ayuda. ¡Incluso hacía home runs con una sola mano! Podía lanzar,
ponerse el guante a tiempo para recibir una pelota que el bateador le
regresaba, sacar el balón del guante y lanzarlo con la mano izquierda para
quemar a un jugador, ¡e incluso volver a lanzar para quemar al siguiente! Se
decía que podía lanzar, atrapar y volver a lanzar tan rápido como la mayoría de
los lanzadores que tenían dos manos.
Más tarde, Abbott se convirtió en lanzador para la
Universidad de Michigan, donde en 1988 ganó el premio al mejor jugador del año.
Y ese mismo año, también ganó las olimpiadas de Seúl junto al equipo masculino
de beisbol de Estados Unidos.
En 1989, Abbott finalmente cumplió su sueño firmando como
lanzador para los Ángeles de California. Los equipos rivales a menudo
intentaban aprovecharse de su discapacidad bateando suave para que el balón
cayera cerca de él, pero Abbott era tan rápido y ágil que nunca les funcionó.
Sus lanzamientos eran consistentemente de entre 136 y 144 km por hora, ¡y sus
bolas rápidas se acercaban a los 152 km por hora!
Eventualmente, Jim se pasó a los Yankees de Nueva York y,
justo antes de su cumpleaños número 26 —el 4 de septiembre de 1993 en un juego
contra los Indios de Cleveland— alcanzó la meta de todo lanzador, logrando
un juego blanqueado.
Podemos elegir crecer en las pruebas.
Si Jim Abbott hubiera nacido con ambas manos, ¿se habría
convertido en el gran jugador de beisbol que llegó a ser? Probablemente sí.
Pero, sin duda, tener que vencer una desventaja física le hizo dedicar más
tiempo y energía a sus prácticas y avances.
A veces lo que a nosotros nos parece una prueba invencible,
para Dios es un desafío a través del cual quiere enseñarnos y hacernos crecer.
Veamos un ejemplo bíblico que lo comprueba.
Probablemente la mayoría conoce la historia de José (Génesis
37). El relato comienza cuando José era un joven de 17 años, bastante ingenuo
en muchos sentidos. Era el favorito de su papá, lo que irritaba a sus hermanos,
y al parecer le gustaba contarles a todos acerca de sus sueños de grandeza,
presumir su túnica de colores, etcétera. Sin embargo, no se percató de que
pronto llevaría a sus hermanos a un punto de quiebre. ¡Tanto así que la mayoría
de ellos quería matarlo (v. 18)! Afortunadamente, Rubén se opuso y le salvó la
vida (v. 21).
En lugar de matarlo, los hermanos de José decidieron
venderlo como esclavo a unos comerciantes madianitas. José era aún muy joven
cuando fue vendido y llevado a una tierra desconocida con tradiciones nuevas y
un lenguaje que seguramente no entendía. ¿No sentiría usted que su vida estaba
arruinada en este punto? Él había sido el hijo preferido de un hombre
acaudalado y le esperaba una buena herencia con una vida seguramente cómoda;
pero ahora todo había cambiado.
Castigado por su rectitud.
Lamentablemente para José, la esposa de Potifar era menos
que correcta. Se infatuó con él e intentó seducirlo para que cometiera
adulterio con ella. Pero José había aprendido lo que era correcto y la rechazó
hasta el punto de huir de ella (Génesis 39:12). ¡José estaba haciendo lo justo
al huir de la inmoralidad sexual!
¿No pensaría cualquiera de nosotros que, ahora sí, su vida
estaba arruinada?
José no se rindió ni cedió ante el pecado.
Al terminar el capítulo 39 de Génesis, José sigue
prisionero, pero ahora tenía una posición de liderazgo en la cárcel. En el
siguiente capítulo, el jefe de los coperos y el panadero de Faraón también
fueron puestos en prisión, y estando ahí tuvieron sueños acerca de lo que les
sucedería en el futuro.
Dios le dio a José la habilidad de interpretar correctamente
esos sueños. Pero permaneció en prisión sin saber si algún día sería liberado.
Dos años después, Faraón mismo tuvo un sueño que lo
atormentó y sólo entonces el copero se acordó de José. Dios también le reveló a
José el significado del sueño de Faraón (Génesis 41:16) y, finalmente, luego de
todos esos años y pruebas, José fue elevado al segundo puesto de poder en
Egipto (v. 40). Esto luego le permitió salvar a su familia de una grave
hambruna.
Muchos elementos de esta historia ocurrieron sólo gracias a
las pruebas de José:
Llegó a Egipto —estuvo en el lugar correcto en el momento
indicado.
Había sido probado y su carácter confirmaba que era un
hombre íntegro.
Había aprendido compasión y humildad —elementos esenciales
de un buen líder.
Se había convertido en un administrador efectivo.
Bendiciones disfrazadas.
Nadie hubiera cuestionado a Jim Abbott si hubiera decidido
abandonar su sueño de niño de ser lanzador para las ligas mayores de beisbol
—si hubiera decidido que era demasiado difícil con su discapacidad. Pero, a
pesar de los desafíos —podría incluso decirse debido a ellos— Abbott sobresalió
y logró más de lo que la mayoría se hubiera podido imaginar.
También hubiera sido entendible si José se hubiera dado por
vencido luego de ser vendido como esclavo o encarcelado injustamente. Pero Dios
estaba trabajando con él, mostrándole y enseñándole cosas que debía saber y
eventualmente lo puso en el lugar correcto en el momento indicado.
¿Y qué hay de usted y de mí? ¿Cuál es nuestra perspectiva en
cuanto a las dificultades de la vida? Sean pequeñas o grandes dentro del gran
esquema de la vida, ¿recordamos siempre la promesa de Dios de llevar a cabo su
propósito en nosotros (Romanos 8:28)?
A veces la vida está llena de obstáculos, oportunidades
perdidas, inconvenientes e incluso problemas muy difíciles de resolver. Pero a
través de ellos, Dios puede estar preparándonos para el futuro. Si somos fieles
en hacer lo correcto pase lo que pase, la mayoría de nuestras pruebas y
dificultades —si no todas— podrían resultar siendo bendiciones disfrazadas.
¿Cómo podemos crecer a través de las pruebas?
Lamentablemente, algunas veces no somos capaces de crecer y
aprender las lecciones que nos dejan las pruebas. Incluso podemos llegar a
fallar miserablemente. Pero puede ser de mucha ayuda conocer algunas de las
razones por las que esto sucede.
1. Falta de perseverancia: ¿Nos cansamos a veces y
dejamos de intentar? Muchas personas tratan de aprender a tocar un instrumento
musical, pero al cabo de poco tiempo se aburren y lo dejan a un lado.
Florence Chadwick, conocida como la “Reina del Canal”, fue
la primera mujer en cruzar el Canal Inglés de ida y vuelta y romper récords en
ambos sentidos. Pero su perseverancia falló cuando, mientras nadaba desde la
Isla Catalina hacia la costa de California en 1953, cayó una densa niebla.
Chadwick luchó contra el frío, la fatiga, los tiburones y la niebla, pero
finalmente pidió que la subieran al bote, ¡sólo para descubrir que le quedaba
menos de un kilómetro y medio para llegar a la meta!
La lección es que, si queremos crecer, debemos perseverar
hasta el final (Mateo 24:13).
2. Falta de convicción total: Demasiadas personas andan
por la vida pensando que harán algo sólo hasta que se ponga difícil. Se dan por
vencidos con un deporte, un instrumento, una amistad o incluso su matrimonio.
Es más fácil renunciar cuando no estábamos comprometidos totalmente. Pero Dios
se ha comprometido firmemente con nosotros (Filipenses 1:6), y nosotros debemos
estar igual de comprometidos con Él.
3. Racionalización: La mente humana natural es muy
creativa a la hora de inventar excusas y echarle la culpa a otros por sus
falencias. “Puede que no me haya ido bien, pero no fue culpa mía”. “Nadie puede
hacer eso bien, o la tarea era demasiado difícil”. “Tuve un mal día, o alguien
más me saboteó”.
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