Lo que decimos y por
qué lo decimos tiene un gran impacto en nuestras relaciones. ¿Podemos tener
malos resultados aun diciendo la verdad? ¿Está bien mentir por una
buena razón?
“¿Es bueno mentir
por una buena causa?” Es una pregunta que se hace con frecuencia. Las
respuestas a esa pregunta son algo interesante.
Una persona replicó:
“En mi opinión la base de una acción moral es hablar libremente para sacar el
máximo del bienestar de otros y minimizar el daño que usted le hace a los
demás. Una regla tal como ‘nunca mentir’, en mi opinión no es la base para una
acción moral, sino que en vez de ello es siempre una consecuencia directa de
tratar de ser moral en primer lugar. Mentir puede ser, según mi punto de vista,
algunas veces moral”.
¿Es así realmente?
Otra persona citaba
una figura religiosa que ofrecía una conclusión tradicionalista: “Es pecado que
alguien mienta. Cuando miente por una buena causa, i.e., para salvar a alguien
más, es mitad pecado, porque la mentira es para el beneficio de su prójimo y no
para sí mismo. Sin embargo, es algo que se considera pecado. Por lo tanto
debemos tenerlo en mente y no caer en el hábito de decir mentiras por cosas
insignificantes”.
Entonces, ¿está bien
mentir por una buena causa? ¿Qué dice Dios acerca de la mentira y la verdad y
nuestra motivación?
El parámetro de Dios
La motivación
subyacente que Dios tiene y lo que Él quiere que nosotros tengamos es amor
(Mateo 22:37-40). Basado en esto, el apóstol Pablo nos ofrece un parámetro
importante para la comunicación cristiana.
Al hablar a la
Iglesia en Éfeso, él advirtió a los cristianos en contra de ser movidos por los
vientos de una falsa enseñanza. En vez de ello, al “hablad la verdad en amor”,
ellos “crecerían en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo”, quien
hace que reciba su crecimiento “para ir edificándose en amor” (Efesios
4:14-16).
El hablar la verdad
en amor, según la enseñanza de la Biblia, ayuda a combatir la falsa doctrina,
promueve el crecimiento entre los cristianos y nos acerca a la perfecta imagen
de Cristo.
Muchos entienden que
es posible decir mentiras por odio, pero, ¿puede decir mentiras por amor? O,
también, ¿puede uno hablar la verdad sin amor? Tal vez les parezca sorprendente
a algunos, pero es posible hacer todas estas cosas —y quedarse corto ante el
parámetro que Dios tiene. Veamos por qué.
Decir mentiras por
odio
Abundan los ejemplos
de esto. Tal vez el ejemplo más horrible de todos es la respuesta engañosa de
la serpiente Satanás en el jardín del Edén. Dios mismo les había dicho a Adán y
a Eva que si ellos comían del fruto del árbol prohibido, ellos “morirían”
(Génesis 2:17).
Satanás contradijo a
Dios con la primera mentira registrada en las páginas de las Escrituras. Él les
dijo a nuestros progenitores: “No moriréis; sino que sabe Dios que el día que
comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el
bien y el mal” (Génesis 3:4-5).
Esto fue, de hecho,
una mentira tergiversada. Ellos tomaron del árbol prohibido, y sus ojos fueron
abiertos (v. 7). Pero la prerrogativa de decidir el bien y el mal continuaba
siendo del Creador, y la muerte y el desastre fueron las consecuencias de esta
decisión. El Salvador Jesucristo más tarde diría que el diablo “no ha
permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de
suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira” (Juan 8:44).
Mucho tiempo después
de la mentira en el jardín del Edén, un verdadero profeta tuvo que defenderse
ante muchos mentirosos, a quienes, al igual que al diablo, no les importaban
aquellos que decían amar. El mensaje de los falsos profetas durante la época de
Jeremías fue: “Paz, paz; y no hay paz” (Jeremías 6:14; 8:11).
Los falsos profetas
afirmaban amar a las personas de Judá; pero si su amor fuera verdadero, les
hubieran dicho que debían cambiar sus caminos y arrepentirse delante de Dios.
Esto le correspondió al profeta Jeremías, uno que amaba realmente a Dios y a
las personas, y les dio un mensaje difícil. Él predicó apasionadamente que
ellos necesitaban cambiar su forma de vida.
¿Mentiras por amor?
¿Es posible decir
que amamos a alguien y le mentimos? ¿Podría la falsedad ser como una cobertura
dulce y venderla como si fuera verdad?
Analicemos el caso
de una famosa carta escrita por una niña de ocho años a un periódico en el año
1897. La carta se ha vuelto legendaria. Virginia O´Hanlon se preocupó por lo
que algunas de sus amigas de escuela le estaban diciendo a ella. Entonces ella
se sentó y escribió una carta al periódico New York Sun, lo que
provocó la respuesta de un editorial con fecha de 21 de septiembre de 1897.
El propósito del
editorial era reafirmar a la pequeñita en cuanto a la existencia de Santa
Claus. Parte de la respuesta del editor es ésta: “Sí, Virginia, existe Santa
Claus. Él existe así como en verdad el amor y la generosidad y la devoción
existen, y usted sabe que éstos abundan y le dan a su vida la belleza y el gozo
más increíbles. ¡Ay! ¿Cómo sería el mundo de oscuro si no existiera Santa
Claus?… No habría fe en los niños, no habría poesía, ni romance que hiciera
soportable la existencia. No tendríamos gozo, excepto en los sentidos y la
vista. La luz eterna con la cual la niñez llena el mundo, se extinguiría”.
Palabras tiernas,
diseñadas, sin lugar a dudas, ¡para hacer felices a los niños! ¿Pero son
verdaderas? Por supuesto que no.
Sin lugar a dudas el
autor de este famoso editorial habría afirmado que actuó por amor. Sin embargo,
¿es en verdad amor si lo que él dice es falso? No, según la Palabra de Dios.
Si usted no les dice
a los niños la verdad acerca de Santa Claus, ¿creerán lo que decimos acerca de
Jesucristo?
¿Verdad sin amor?
¿Es posible decir la
verdad teniendo una motivación errónea? Sí, estos motivos erróneos nos traen
consecuencias negativas —algunas veces al objetivo del mensaje, y siempre al
orador malintencionado.
En el Nuevo
Testamento, el apóstol Pablo escribió desde su difícil experiencia en la
prisión acerca de aquellos que por lo menos predicaban una parte del verdadero
evangelio, pero con una motivación errónea. “Algunos, a la verdad, predican a
Cristo por envidia y contienda; pero otros de buena voluntad… Los unos anuncian
a Cristo por contención, no sinceramente, pensando añadir aflicción a mis
prisiones” (Filipenses 1:15-16). ¿La verdad predicada por una motivación errónea?
Esto ha pasado —y puede suceder.
Pero no piense que
aquellos que predicaron por el motivo incorrecto, ganaron el favor de Dios.
Dios juzga los corazones.
Con más frecuencia,
las personas justifican sus chismes y calumnias como verdad —pero la verdad es
usada como un arma y con un motivo errado. La Biblia nos advierte fuertemente
contra el chisme y la revelación de información confidencial
(Proverbios 11:13; 16:27).
¡Hablar la verdad en
amor!
Esto sigue siendo
“la regla de oro”. Esto es lo que la Palabra de Dios requiere y nada menos será
suficiente. La verdad que se dice con un espíritu de egoísmo no es suficiente.
Tampoco lo es la falsedad que se habla con la base de un amor malentendido.
Decir la verdad en
amor puede herir. Algunas veces nosotros, como los verdaderos profetas, debemos
decir cosas que pueden ser difíciles de asimilar. Pero, generalmente, hablar la
verdad en amor —con tacto, gracia, con una actitud humilde de estimar a quien
nos oye como superior a nosotros (Colosenses 4:6; Filipenses 2:3)— producirá
paz y relaciones más fuertes.
Cuando estamos
motivados por el amor —preocupación genuina según Dios por los demás—
escogeremos nuestras palabras cuidadosa y meticulosamente. Como Pablo
escribiera: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea
buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes”
(Efesios 4:29). Debemos escoger palabras que edifiquen —que construyan, animen
y fortalezcan. “Hablar la verdad” no incluye hacer comentarios despiadados, no
solicitados, sin tacto, críticos, sólo porque son ciertos.
Las mentiras
finalmente nos llevan a la traición; y la verdad finalmente nos conduce al
bienestar, la confianza y la cooperación. Desde la perspectiva de Dios, esto es
lo que cuenta. “Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con
su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros” (Efesios 4:25).
¡Hable la verdad en
amor! Cualquier cosa diferente a esto dañará las relaciones y será inaceptable
para Dios.
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