jueves, 16 de abril de 2020

La Biblia, su dinero y usted



La Biblia contiene principios acerca de la administración del dinero que pueden ser muy beneficiosos para su familia.
Aun en los países más prósperos del mundo, la mayoría de las personas tiene escasas reservas financieras y vive de sueldo a sueldo con muchas deudas y sin un presupuesto familiar.
En una encuesta reciente de la Reserva Federal de Estados Unidos, casi la mitad (47 por ciento) de los entrevistados se confesó incapaz de obtener 400 dólares sin tener que pedir un préstamo o vender algún bien en caso de emergencia.
En otra encuesta, 75 por ciento de los estadounidenses admitió vivir de sueldo a sueldo, con sólo lo justo para llegar a fin de mes, al menos en ocasiones. Todo esto es mucho más grave en otros países, como en Latinoamérica. No debería sorprendernos que una tercera encuesta (realizada por Gallup en el 2013) revelara que menos de un tercio de los hogares estadounidenses se rige por un presupuesto detallado.
Estos resultados son evidencia física de lo que podría ser un problema espiritual. De hecho, uno de los indicativos del pecado de la codicia es la tendencia a adquirir bienes materiales innecesarios, aun cuando implique incurrir en una deuda. Hacer esto regularmente demuestra una falta de carácter para establecer y seguir un presupuesto realista y libre de deudas. Todos estos son principios bíblicos que analizaremos a continuación.
Primero, una aclaración
El propósito de este artículo de ninguna manera es criticar a quienes pasan por dificultades financieras debido a razones externas. No todos los problemas financieros son el resultado de debilidades espirituales o de carácter. Para algunos, la razón es simplemente falta de educación financiera u oportunidades limitadas.
La Biblia describe situaciones como la persecución, las pruebas y “tiempo y ocasión” (accidentes o enfermedades invalidantes, o la muerte prematura de un proveedor, por ejemplo) que pueden llevar incluso a personas fieles a Dios y con mucho carácter a sufrir graves problemas financieros. En estas circunstancias, la falta de un presupuesto o de autocontrol no tiene nada que ver. Lo que se requiere en tales casos es compasión y ayuda, no juicios ni condenas.
Principios bíblicos acerca de la administración del dinero
Por otro lado, en circunstancias normales las personas sí tienen en buena medida el control de sus finanzas. La mayoría de nosotros puede tomar decisiones respecto de lo que hará con su dinero y, en tales casos, no hay casi nada tan importante como tener y seguir un presupuesto familiar. De hecho, ésa es probablemente la recomendación más común entre los consejeros profesionales en finanzas. Y lo que es más importante, ¡es la recomendación de la Biblia!
Regirnos por un presupuesto involucra muchos principios espirituales, como evitar la codicia, tener autocontrol, desarrollar fe y tener paciencia y gratitud. Llevado a la práctica, para los propósitos de este artículo, tener un presupuesto significa principalmente cuatro cosas:
Estimar de una forma realista nuestros recursos disponibles para llevar a cabo un proyecto.
Estimar los recursos que necesitaremos para llevar a cabo el proyecto.
Llevar a cabo el proyecto sólo cuando nuestros recursos disponibles son al menos iguales a los gastos necesarios.
Hacer todo lo necesario para no gastar en el proyecto más de lo disponible.
Esta definición se aplica a todo tipo de proyectos —desde sustentarnos día a día, hasta pagar una educación o adquirir algún bien. Presupuestar requiere de una evaluación honesta de lo que podemos pagar, considerando nuestras necesidades en el tiempo. (Algunas de nuestras necesidades ocurrirán en el futuro, y esto requerirá de disciplina para no gastar todo lo disponible ahora y así poder ahorrar para dichas necesidades.)
Ejemplos bíblicos
La Biblia contiene muchos ejemplos, principios y consejos directos acerca de cómo presupuestar, planificar y vivir de acuerdo con nuestros medios. Algunos de ellos son:
José planificó y guardó parte de los recursos disponibles en los “buenos años” de Egipto para poder alimentar a la gente durante los “años malos” (Génesis 41).
Tanto el tabernáculo (en tiempo de Moisés) como el templo (en tiempo de Salomón) se construyeron sólo cuando todos los materiales de construcción necesarios se habían reunido (Éxodo 35 y 1 Crónicas 29).
El hombre bueno y sabio deja algo de sus bienes incluso a sus nietos, lo cual sugiere que presupuesta, planifica, ahorra, vive y consume dentro de sus posibilidades, motivado por el deseo de compartir sus bendiciones con los demás (Proverbios 13:22).
Dios creó a la hormiga con el instinto de hacer lo que Él nos aconseja a nosotros: apartar algo de nuestros recursos en los buenos tiempos para luego usarlos en circunstancias menos abundantes (Proverbios 6:6-8; 30:25).
Jesucristo les dijo a todos los que querían seguirlo que “calcularan el costo”. Esto implicaba hacer una evaluación realista de cuánto les costaría ser sus discípulos, y determinar con anticipación si sus recursos (espirituales) disponibles serían suficientes para completar el proyecto. Al dar este consejo, Cristo también hizo notar lo insensato que es no presupuestar, incluso en asuntos seculares (Lucas 14:28-31).
La Biblia condena duramente —como “peor que un incrédulo”— a cualquiera que por negligencia o desidia consciente no provea para las necesidades básicas de quienes dependen de él —“los de su casa” (1 Timoteo 5:8). Esta clase de comportamiento y actitud irresponsables a menudo se hacen evidentes cuando no hay planificación, un presupuesto o una buena administración de los recursos familiares. En cambio, sólo se gasta y se consume sin cuidado, a menudo con codicia y egoísmo.
Crear y mantener un presupuesto a veces requiere tanto de fe como de obras. Hay ocasiones en las que aun con nuestros mejores esfuerzos, nuestro presupuesto simplemente no alcanzará. Y está bien. Debemos hacer lo mejor que podamos —poner las obras— y creer con fe en que Dios pondrá la diferencia. Pasar por momentos así, donde vemos que los panes y los peces se multiplican, puede fortalecer mucho más nuestra fe.
Finalmente, debemos recordar que, como débiles e imperfectos seres humanos, no podemos dar más que lo mejor de nosotros. Dios lo sabe, y de hecho nos lo recuerda. No podemos controlar nuestro futuro (aunque deberíamos intentar presupuestar realistamente para él). Como dice el refrán: “el hombre propone, pero Dios dispone” (consulte Proverbios 19:21; Santiago 4:13-15; Eclesiastés 9:11).
Un presupuesto anual —con Dios, “César” y gastos propios
Tomando todo esto en cuenta, mi sugerencia es hacer un presupuesto individual o familiar anual. En muchos casos, tendremos gastos (tal vez grandes) que se pagan sólo una vez al año —como ciertos tipos de seguros e impuestos, por ejemplo— y tener un presupuesto anual donde los consideremos, nos ayudará a asegurar que no los olvidaremos.
El primer paso es estimar los ingresos de la familia durante el año próximo. Para la mayoría, esto se traduce en sueldos o ganancias por trabajos independientes. Incluya sólo los ingresos que está seguro que recibirá, y cuente sólo los bonos que se le hayan entregado histórica y constantemente. No incluya ningún bono o ingreso que “probablemente” reciba, por la obvia razón de que si los contó en su presupuesto pero no los recibe, sus gastos terminarán sobrepasando sus ingresos.
El siguiente paso es estimar los gastos anuales de la familia divididos en tres categorías: Dios, “César” y gastos propios. Como en todo aspecto de la vida, Dios debe ir primero. Sus diezmos y ofrendas voluntarias deben ser los primeros y más importantes gastos en el presupuesto de un cristiano (Proverbios 3:9; Levítico 27:30-32; Deuteronomio 12:17-18; 16:16; Mateo 23:23).
Jesucristo bien dijo que debemos dar “a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22:21
Pero en el mismo versículo Cristo también dijo: “Dad, pues, a César lo que es de César”. Esto significa que como cristianos debemos pagar nuestros impuestos a los gobiernos que nos dirigen (Romanos 13:6-7).
Luego de cumplir nuestras responsabilidades financieras con Dios y con el gobierno, nos queda planificar nuestros propios gastos y/o ahorros.
Dentro de esta tercera categoría, los principales gastos apropiados y correctos son:
Vivienda (hipoteca o renta, impuestos de propiedad, mantenimiento, mobiliario, etcétera)
Servicios públicos
Alimentación
Vestido
Transporte
Seguros (varios tipos)
Salud
Ahorros (fondo de emergencia, fondo universitario, fondo de retiro, etcétera). Planifique ahorrar aunque sea un poco de dinero al año, si es posible. Ésta es una forma de desarrollar autodisciplina, combatir la codicia y el materialismo, y proveer responsablemente para necesidades futuras.
Pagos de deudas
Entretenimiento y recreación (si es posible, en cantidades modestas)
Ayuda a los necesitados (si usted no es necesitado). Recuerde que dar es un principio bíblico.
Varios (probablemente no haya pensado en todo).
Ahora, compare los dos totales (ingresos y gastos) para ver si concuerdan. Si sus gastos exceden sus ingresos, saque la calculadora otra vez. Piense en formas de aumentar sus ingresos o reducir sus gastos. Ésas son las únicas maneras de eliminar el déficit.
Pídale a Dios que le dé sabiduría y lo ayude en todo el proceso. Busque hacer su voluntad, y confíe en Él.
Luego, cuando haya conseguido crear un presupuesto balanceado, viene otro paso esencial: controle sus gastos reales semana a semana y mes a mes, verificando cada gasto con su presupuesto. No haga un gasto si al añadirlo esto hace que se sobrepase.
¡Comience ahora!
Hay muchos principios espirituales relacionados con la buena administración del dinero, como aprender a estar contentos con lo que se tiene, tener fe y autocontrol, ser obedientes, agradecidos y responsables. El mejor momento para empezar a presupuestar es cuando somos jóvenes, porque después puede sernos más difícil y requerir de más paciencia para cosechar los beneficios, especialmente si ya estamos es un bache financiero.
Pero, con determinación de hacer lo correcto, con paciencia, con fe y con confianza en Dios, nunca es demasiado tarde para comenzar a ser fieles incluso en lo que parece “poco”: sus finanzas. ¡La recompensa sin duda valdrá la pena (Lucas 16:10-12)!

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